La memoria, el pasado, es una masa que retorcemos y reconstruimos, y nos la recontamos todos los días para vivir el presente a nuestro gusto, y en la linda Livigno, Alpes de tarjeta postal, Tadej Pogacar, coffee break en mitad del entrenamiento, decenas de aficionados siguiéndole, se estira en la terraza al sol de la mañana y contempla ensoñando sus días de juvenil en el vecino valle de Sankt Moritz, un viejo caserón, sus laguitos, sus marchas en bicicleta con sus compañeros de selección eslovena y viajes en una vieja furgona, una cafetera casi, hasta Livigno para llenar el depósito de gasolina y comprar comida en el súper, más barata en Italia que en la locura suiza, y también recuerda que en Livigno conoció y amó a Urska, su novia de siempre, y desde entonces es feliz.
Pogacar impone en el Giro de Italia la épica de la dulzura
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