Poner a parir

Poner a parir

Una de las razones por las que toda la derecha ultranacionalista de países europeos venera a Putin es porque comparten con él una visión reaccionaria del papel de la mujer y un mensaje radical de antimodernidad. Desde que declaró la guerra contra Ucrania, este apoyo ha sido más o menos disimulado, porque no convenía relacionarse con un apóstol de la crueldad que bombardea sin escrúpulos colegios y hospitales. Pero la desmesura del enfrentamiento entre Netanyahu y Hamás y Hezbolá ha ayudado a relativizar la crueldad del líder ruso y, cada vez más, el perfil de duro vuelve a concitar la admiración de los huérfanos de autoritarismo. La gestión de las libertades siempre ha provocado una reivindicación parcial del retroceso, cada avance técnico deja un ejército de nostálgicos que poco a poco se consumen en su propia insignificancia. Pero conviene observar que la supuesta seducción del duro acarrea un coste tremendo a su población, y Rusia se ha negado a contabilizar oficialmente sus muertos y heridos, mientras oculta la ingente cifra de desertores y exiliados forzosos. En el lado ucranio, pese a que la censura también es firme, se filtran sensaciones de fatiga, de un agotamiento natural. Quizá la paz llegue algún día desde abajo, desde el recluta raso, hasta los despachos oficiales. Veremos.

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