¿Qué espíritu deportivo?

¿Qué espíritu deportivo?

Sin duda, el verano de 2024 quedará ligado en nuestra memoria común a la celebración de los Juegos de la XXXIII Olimpiada. El impresionante despliegue de disciplinas ha evidenciado una vez más la capacidad de las diferentes naciones —incluso del improbable equipo de los refugiados— para poner el deporte en el centro de todas las miradas. No es mi intención hacer un balance de la inversión de los gobiernos en la práctica deportiva de élite —ni mucho menos pronunciarme sobre la índole de la ceremonia inaugural—, sino más bien extraer algunas conclusiones del mejorable marco narrativo desde el que venimos consumiendo deporte desde hace décadas a nivel global.

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