Quiero ser Begoña

Quiero ser Begoña

Carmen Romero, mujer de Felipe González, era profesora de Literatura en un instituto de Madrid, en el turno de noche. Cuando su marido ganó las elecciones pretendió seguir, pero finalmente hubo de resignarse y dejarlo, porque resultaba incompatible con su nueva vida. Si Romero hubiese levantado el teléfono –como el viernes nos enteramos que hizo la secretaria de Begoña Gómez– el rector de la Complutense tal vez hubiese acudido a Moncloa, pero desde luego no habría creado un máster ex profeso para su persona. En 1982 estaba en ese puesto Francisco Bustelo, antiguo militante comunista, que había pasado por la cárcel de Franco y no estaba para tonterías. Y si Ana Botella hubiese recomendado a un colega de trabajo para subvenciones del Ministerio de Economía, el gobierno de Aznar habría caído por corrupto. Si, en fin, gracias a la mujer de Rajoy (cuyo nombre ni se conoce, de pura discreción), uno de sus patrocinadores laborales hubiese obtenido un rescate millonario del Estado, el caso Gürtel se hubiese quedado chico. Las calles estarían hirviendo, los sindicatos rasgándose las vestiduras, la oposición levantada y el parlamento en sesión permanente.

Se insiste mucho en lo del lucro personal, subrayando que Begoña no se ha enriquecido, pero lo más gordo no es lo que cobrase en el Instituto de Empresa por ser quién era, ni siquiera en el Máster de la Complutense. Aquí lo grave es el tráfico de influencias a favor de amigos como Barrabés o Air Europa, que recibieron dinero público en subvenciones y rescates millonarios. Toda la «carrera» de Gómez, tan ensalzada por el presidente en nombre del feminismo, se ha desarrollado al calor del poder. Ella viajó a Ghana en 2019, por ejemplo, y en 2021 el Gobierno financió los proyectos de desarrollo preferencial en este país. La cátedra que obtuvo después en la Complutense hubiese sido impensable de no ser «señora de». El rector hizo de lacayo. ¿Cómo una licenciada en Marketing por una escuela privada sin homologación, que se presenta en las redes como bachillera y «consultora» dirige un máster en la Complutense? Desde 2018 Begoña cuenta con una asistente personal en nómina del Ministerio de Presidencia. La «asistente» ha explicado que llamaba a las empresas para reclamarles pagos y tramitaba contratos públicos para publicidad en redes de los títulos de posgrado. Telefónica, Globalia y Google patrocinaron proyectos para el África Center y abandonaron el IE al mismo tiempo que Begoña, para incorporarse a la promoción de su cátedra de la UCM. Los 191.000 euros anuales que el IE recibía con Begoña se quedaron en 2.000 a su marcha.

Es difícil ser ecuánime, pero una cosa es pecar de condescendencia con tus afines y la otra, estar ciego. Un policía me dijo en una ocasión que votaría a su partido preferido aunque el candidato se acostase con su mujer. Eso es esclavitud. Es difícil que condenen a Gómez, porque es casi imposible vincular una recomendación de alto nivel con la obtención del puesto, todos conocemos el mecanismo del enchufe. Pero el tráfico de influencias mancha la reputación del jefe de Gobierno. Se lucrase o no personalmente su mujer. Hay que tener mucho estómago para fingir que no pasa nada y seguir adelante. Me dio vergüenza ajena que Sánchez, en una de sus cartas, amparase la actividad de su mujer en el trabajo de todas nosotras. Que se atreviese a decir que se la pretende perjudicar por ser esposa del presidente. «Ella –escribió– reivindica su derecho a trabajar sin renunciar a ello por las responsabilidades de su marido. Derecho que yo defiendo en mi vida familiar y como presidente del Gobierno para garantizar que hombres y mujeres tengamos las mismas oportunidades y derechos». Exijo las mismas oportunidades que Begoña Gómez, llevar conmigo una riada de millones a las empresas que me contraten, proporcionar subvenciones a quienes me financien y poner en valor mi título universitario –yo sí lo tengo– con un máster ad hoc.

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