Radicalismos e hipocresía

Radicalismos e hipocresía

Con el corazón en un puño miran a la cita con las urnas de este domingo, no solo los ciudadanos del vecino francés sino el resto de Europa por lo que puede suponer. Una segunda vuelta en la que, consumado el fracaso de los partidos moderados y la estrategia de «viene el lobo» impulsada por Macron, Francia tiene todas las papeletas para ser gobernada por un extremo, el de la derecha o el de la izquierda. Solo queda saber cuál de los dos miedos se acabará imponiendo dado que la pregunta relativa a cómo se está llegando a esto en Europa ni tiene respuesta ni se la espera por parte de unos partidos convencionales sumidos en los golpes de pecho e incapaces de haber puesto coto al auge de los radicalismos más allá del establecimiento de cordones sanitarios que se acaban rompiendo. Cuando se señala a las «ultraderechas» como la gran amenaza de las democracias, muy pocos entran en las razones reales que han venido alimentando a estas formaciones, pero sobre todo prevalece la negativa a reconocer que han llegado para quedarse y que precisamente es la estrategia de hacerles socios en los gobiernos pasando por la prueba de la gestión la que les obliga a retratarse. Cuando Vox ha apoyado en el plano territorial al Partido Popular –Madrid y Andalucía son emblemáticas– el resultado a la larga ha sido justamente la consolidación del PP, de igual manera que Podemos o Sumar han sido casi fagocitados por el PSOE, su principal socio de gobierno en los últimos años.

La hipocresía política cuando se señala a los radicalismos como encarnación de todos los males es solo proporcional al interminable elenco de acuerdos que en toda Europa y durante años han venido tejiendo con ellos los partidos convencionales ante la irrenunciable máxima de obtener o mantenerse en el poder. Berlusconi gobernó con la Liga Norte, la extrema derecha austriaca de Haider gobernó siete años en coalición con la derecha moderada, también estas formaciones han estado en gobiernos de Dinamarca o en la actualidad de Suecia, por no hablar de ententes con la nariz tapada como la de la extrema izquierda Syriza con la ultraderecha en Grecia. Todo ello ya ocurre en el viejo continente, por mucho que nos autoengañemos o pretendamos engañar. Llegaron para quedarse y tal vez lo más coherente sea justo eso, bajarles del monte, gestión y a retratarse.

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