Radvanovsky y Tetelman, arte y teatro

Radvanovsky y Tetelman, arte y teatro

Gran noche lírica en el Festival de Santander, en el primer año comandado por Cosme Marina, tras la brillante gestión de Valentina Granados. Sondra Radvanovsky es una de las grandes sopranos spinto-dramáticas del presente y Jonathan Tetelman un tenor lírico, tendiendo poco a poco hacia lo spinto, que ha emergido rápidamente por cualidades innegables. Ambos protagonistas de un concierto de tintes veristas en el año Puccini y con unas cuantas piezas tenoriles escuchadas días antes a Piotr Beczala en El Escorial, ante un auditorio con todas la entradas vendidas y grandes colas para acceder al recinto. Algo esto último sin duda a mejorar. Tras una obertura sin pena ni gloria de la «Forza del destino» verdiana, que mostró a las claras la flojedad de la Orquesta Sinfónica de Bilbao, bajo la dirección de un Ricardo Frizza rutinario, empezó el concierto con la primera nota, a lo grande, de la soprano americana: un «Pace, pace» desde el piano para ascender al fortísimo y regresar a un hilo de voz. Creo no haber escuchado tal perfección en esa nota desde los tiempos de Caballé. Magnífica igualmente todo el resto del aria, rememorando también a Leontyne Price.

Casi el mismo nivel tuvieron todas sus intervenciones: «Vissi d’arte», la tremebunda «In questa reggia» solventada con plena seguridad en los agudos y potencia admirable o una «Mamma morta», en la que se entregó tanto en la penúltima frase que dejó algo falto de aliento el final, o la propina «Sola, perduta, abbandonata». Con una Netrebko en decadencia, es soprano que claramente se puede equiparar en su repertorio a las más grandes del pasado.

Puro arte, interpretaciones con caudal, sentimiento, solidez en todos los registros y matización. No se puede pedir más. ¡Brava! El caso de Tetelman es algo distinto: más teatro que arte, sin desechar sus cualidades: voz también amplia, pero que fuerza demasiado para impresionar, timbre muy grato y buena dicción. Tiende a proyectar las notas agudas en una especie de staccato para impresionar a la audiencia y, además, los apoya con gestos.

Muy correctas «Paterna mano», «Recondita armonía», «Come un bel di maggio» y la propina «E lucevan le stelle», quizá su mejor aportación. Ambos brillaron en ese dúo del primer acto de «Tosca», poco apropiado para sacarlo de su contexto en un concierto y en el vibrante final «Vicino a te» de «Andrea Chenier». Un concierto ovacionadísimo, llenos de «¡Bravos!» de los que se recuerdan.

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