Reír por no follar

Reír por no follar

¿Qué hay de nuevo, viejos? Por aquí, poca cosa. Las vacaciones son historia y eso de que la recarga de las pilas dura 15 días será para los que las tengan alcalinas, porque ciertas cabras tiramos al monte del estrés por las nubes en cuanto volvemos a las prisas. Regresé de la playa el sábado, tras comerme el atascazo de la Operación Retorno, y, nada más dejar las maletas en casa, volví a coger el coche para ir pitando al súper a llenar la nevera antes de que cerrara. Por lo que fuera, no quedaban piñas en la frutería. Se lo comenté a la cajera, y me contó que se agotaban a diario por el éxito de una supuesta campaña animando a acudir a ligar a sus tiendas entre las siete y las ocho de la tarde poniendo una piña del revés en el carro de la compra cual luz verde de los taxis. Lo dudo. Que sea todo tan banal, digo. Un tuit cualquiera, sea o no de parte interesada, solo se viraliza cuando el presunto virus nos revoluciona las defensas lo suficiente para provocarnos un pico de fiebre, la que sea: risa, llanto, cabreo. Emoción, a fin de cuentas. O sea, cuando nos mete el dedo en la llaga. Y eso, más allá de cualquier estrategia de marca, es lo que, para mí, ha pasado con la parábola del carro y la piña.

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