Dura de mollera como acostumbra, Teresa Ribera insiste en su objetivo de transformar radicalmente la flota de vehículos de la UE hacia la electrificación total, pese a las dificultades que el coche eléctrico está teniendo en la eurozona. Los datos conocidos esta misma semana son demoledores: Volvo abandona su objetivo de vender sólo eléctricos y Volkswagen se plantea cerrar fábricas, por la ruina que ha supuesto para la compañía el objetivo de electrificación a toda costa. Datos que se suman a las ya conocidas renuncias de Mercedes, Ford, Dodge, General Motors, Cadillac y Audi. Ni las subvenciones paran la caída. El eléctrico sigue apenas representando el 0,5% del parque automovilístico.
Toda esta acumulación de noticias no hace sino incidir en el retraso de la decisión de muchos particulares de no transicionar, a la vista de los evidentes problemas constatados en materia de infraestructuras de recarga. En medio de la debacle (las ventas bajaron el 33,1% en Francia y el 68,8% en Alemania), llega Ribera con su plan cuadriculado «sólo-eléctricos», con el objetivo de conseguir un parque de 5,5 millones de este tipo de autos en 2030, pese a las evidentes dudas del sector. A esto se le llama obcecación política, muy propia de quien nos tiene acostumbrados a imponer sus ideas sin diálogo.
A la aún hoy vicepresidenta española cabe recordar, que en el ámbito de la energía, la estrategia del «mix» ha funcionado siempre en España. O sea, que el parque automovilístico español esté formado no sólo por eléctricos, sino también por otro tipo de vehículos igualmente renovables por usar biocombustibles o hidrógeno