Sánchez, los lamborghinis y las clases medias

Sánchez, los lamborghinis y las clases medias

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha vuelto de las vacaciones con las pilas cargadas de demagogia. En una reciente comparecencia pública, ha espetado lo siguiente para preparar el terreno a la sangría tributaria con la que pretende castigar a los españoles: «Vamos a poner en marcha nuevas acciones destinadas a acotar privilegios desproporcionados que tienen y de los que se benefician ciertas élites de nuestro país y vamos a agravar fiscalmente a quienes ya tienen en el banco suficiente dinero para vivir cien vidas. Lo haremos, no para perjudicar a los millonarios, sino para proteger a las clases medias y trabajadoras de un sistema que continúa siendo extraordinariamente injusto. Porque independientemente de lo que piensen algunos o algunas, España será un país mejor si tiene más automóviles eléctricos, más autobuses públicos y por tanto más transporte público y menos lamborghinis».

Uno podría preguntarle a Pedro Sánchez si, siguiendo su misma lógica, España no sería un país mejor si tuviera «más vuelos comerciales y menos vuelos en Falcon». A la postre, el cariz demagógico de esa pregunta sería calcado al de su amenaza de subida fiscal para que haya más transporte público y menos lamborghinis: la incidencia de los vuelos en Falcon dentro del presupuesto público es tan irrelevante como la presencia de los lamborghinis dentro de nuestra sociedad (una media de 20 matriculaciones anuales durante los últimos 13 años).

Pero lo verdaderamente grave de estas declaraciones no se halla en esa coda final, sino el fondo de su argumento. En una sociedad sana, las clases medias no necesitan protección del Estado o, en todo caso, el grueso de la protección la obtienen prosperando económicamente a lo largo del tiempo. Quienes sí pueden necesitar protección (a costa, por ejemplo, de los impuestos de los ricos: es un debate a mantener) son los estratos más pobres y desamparados de la sociedad. Pero el grueso de la población (clases medias) no ha de aspirar a vivir mejor por esquemas estrechamente redistributivos, sino acrecentando el tamaño de la tarta.

Sánchez nos está diciendo que no prioriza el desarrollo económico de España, sino más bien la generación de redes clientelares: que su objetivo no es que las clases medias puedan salir adelante por sus propios medios, sino que confía en mantenerlas ancladas en la mediocridad para que dependan de la redistribución arbitraria que efectúa el Estado, Sánchez, en su favor.

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