Santiago Lara: «La gente está en la vida, pero no sabe vivir»

Santiago Lara: «La gente está en la vida, pero no sabe vivir»

Se dice que somos lo que somos por lo que vivimos, lo que sentimos y lo que compartimos. Santiago Lara (Madrid, 1996) es el claro ejemplo de que de forma inevitable, en muchos casos, esto es así. Puede que su cara les resulte familiar porque el pasado mes de junio su discurso de graduación en la Universidad de Nebrija se hizo viral. En él, de forma inspiradora y muy graciosa, contó cómo hace siete años su vida dio un giro de 360 grados cuando después -y gracias-, a recibir un golpe en una pelea le descubrieron un tumor. «Los médicos me decían que había tenido mucha suerte, porque de no haber sido por ello, los síntomas no se hubiesen manifestado y quizás ya no estaría aquí», confiesa a LA RAZÓN al otro lado al teléfono desde su casa en Toledo.

No crean que estos años han sido un camino de rosas para este joven de ahora veintisiete años. Le operaron en varias ocasiones, estuvo ingresado dieciocho meses, de los cuales doce los pasó en coma, y le dijeron que no cumpliría los veinte años. «Cuando desperté tuve que empezar completamente de cero. Aprender a hablar, a caminar y a todo, de nuevo». Por orden de su psicóloga empezó escribiendo cinco líneas, solo como un mero ejercicio para comprobar sus capacidades cognitivas, pero tanto tuvo que gustarle lo que leyó en ellas que le animó a seguir relatando sobre su experiencia. «No podía hacer nada, y antes que quedarme en casa llorando, escogí ponerme música y escribir. Empecé por unas cuantas páginas y acabé con un libro completo». Así nació «Órdago a la vida», donde relata desde cómo se emborrachaba con sus amigos en Madrid cuando estaba bien, hasta lo mal que lo pasó en el hospital. «Era mi forma de desahogarme y gracias a lo que encontré mi objetivo en la vida: ayudar a otras personas. Lo ha leído mucha gente y me han dicho que les ha cambiado la percepción de todo, que ha sido un influjo de energía o que han recuperado la ilusión en un mal momento de sus vidas».

Reconoce sentirse abrumado con la buena acogida que el libro está teniendo, pero prefiere verlo como una forma más de cumplir su propósito. «Cuando entré en el hospital me di cuenta de se me quedaron muchas cosas por hacer, sueños por cumplir y que por suerte hoy estoy haciéndolo», confiesa. Pese a tacharle de ambicioso al manifestar su deseo de querer volver a la universidad después de preguntarle qué quería hacer en su nueva vida, su recién estrenado título en Psicología avala ese dicho popular que dice que «el que la sigue la consigue». Una decisión que vio clara cuando recibió la llamada de una madre que acaba de perder a su hijo -al que Lara había apoyado mucho en su enfermedad- para decirle que le había devuelto la vida. «Me llamó la misma noche para decirme que nunca nadie había hecho nada parecido por ella. Esa noche sentí que mi objetivo en la vida era ayudar a los demás y me matriculé en Psicología porque creía que era el mejor vehículo para hacerlo».

Sin embargo, los médicos no fueron muy alentadores y le pedían que se conformase con manejarse él solo en la silla de ruedas. Muchas horas de rehabilitación, entrenamiento constante y fisioterapia han hecho que ya pueda moverse con total libertad solo con la ayuda de una muleta. El pasado mes de junio, se graduó tras cuatro años de carrera y con un media de 8,3. «Mucha gente pensará que es un milagro, pero lo cierto es que detrás hay mucho trabajo, esfuerzo y dedicación». Mucho tiempo de estudio y trescientos kilómetros diarios para llegar a la universidad madrileña en la que ha vivido en su propia piel los obstáculos a los que tienen que enfrentarse a diario las personas con discapacidad. «No son accesibles, en estos años no he ido a ningún sitio que esté totalmente adaptado. Ese es otro de mis objetivos, dar visibilidad a la discapacidad y hacer nuestro mundo más fácil», señala.

Fiel defensor de la cultura del esfuerzo

Este mes comenzará el master para poder pasar consulta como psicólogo, algo que le gustaría compaginar con el trabajo que desempeñó en sus prácticas en la Fundación ONCE. «Me enamora la gente con discapacidad, me encanta escuchar sus historias, me ayudan a crecer y soy feliz pudiendo ayudarles». Si en sus redes sociales acostumbra a compartir todos sus avances y entrenamientos, nos adelanta que muy pronto podremos verle practicando ciclismo adaptado, después de haber conocido este verano a personas que le han motivado a ello. «Mi límite será hasta donde yo quiera llegar, lo haré por donde la vida me lleve», sentencia.

Del Santi de hace siete años al que hoy nos atiende al otro lado del teléfono, asegura que son totalmente distintos y no sólo físicamente. «Mis padres dicen que con las operaciones algo me han tocado en la cabeza porque antes era muy tímido e introvertido, siempre pasaba desapercibido, y ahora me encanta hablar con todo el mundo, hacer reír a la gente y despertar su interés», dice entre risas. Antes era un chico sin propósitos y ahora se considera la persona más ambiciosa y con ilusión del mundo. «Me gusta hacer cosas que me llenan y me aportan algo. Utilizar mi enfermedad para que la gente vea cómo se puede vivir bien y ser feliz me parece algo maravilloso». Se declara fiel defensor de la cultura del esfuerzo: «Las cosas que consigo sin esforzarme, que son pocas por mi situación, no me gustan y no me llenan». Del tiempo que pasó en cama recuerda cómo sentía que la vida pasaba. Por eso ahora valora como un auténtico privilegio esas noches en las que le las piernas le tiemblan del cansancio.

En su opinión la gente «está en la vida pero no sabe vivir» porque no hacen cosas que les motiven. «Ahora estoy enamorado de la vida. Me levanto cada día feliz, con ganas de ver qué me va a deparar un nuevo día y tengo unas ganas de vivir que no había sentido nunca».

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