Silencio, se rueda… una escena de sexo: “Los besos son lo más difícil”

Silencio, se rueda… una escena de sexo: “Los besos son lo más difícil”

Ocurrió durante el desayuno. Marlon Brando y Bernardo Bertolucci compartían café y tostadas cuando a los dos se les fue la mirada hacia la mantequilla. Así, según contó años más tarde el director de «El último tango en París» (1972), surgió la idea de una de las escenas de violación más brutales de la historia del cine. Dijo Bertolucci que no les hizo falta ni hablar para entenderse, que los dos supieron lo que iban a hacer. No habría estado de más compartirlo con la actriz María Schneider, que a sus 19 años quedó traumatizada por una experiencia que nunca pudo remontar. Todavía en 2007 se refería a aquella encerrona de esta forma: «Cuando me contaron que esa escena no estaba en el guion, estallé furiosa. Tiré todo. Nadie puede forzar a otra persona a hacer algo que no está escrito, pero yo no lo sabía, era muy joven. Me lo dijeron minutos antes de filmarlo. Marlon me dijo que no me preocupara, que solo era una película, pero aunque lo que hizo no fue real, yo estaba llorando, me sentía humillada, me sentía violada por él y por Bertolucci. Ninguno de los dos me consoló después ni pidió disculpas».

Schneider fue una de las primeras actrices del mundo en hablar sobre las dificultades que implica la simulación de actos sexuales en la pantalla. Es verdad que nadie le prestó atención, pero también lo es que el propio Brando confesaría después que entendía a la actriz porque él mismo se sintió maltratado por el estilo terrorífico de Bertolucci, al que estuvo quince años sin hablar. Una de las luces que nos ha dejado el movimiento #metoo, surgido en 2017 tras conocerse los abusos del productor Harvey Weinstein, ha sido la necesidad imperiosa de escuchar a las actrices (y actores) y elevar la conciencia sobre el consentimiento en un set cinematográfico. La presencia de una coordinadora de intimidad, garante de que todo se haga como se debe, ya es obligatoria en aquel país y, poco a poco, va ganando terreno en el nuestro.

Rebeca Medina es una de ellas. Con otras cuatro compañeras ha creado la Asociación Española de Profesionales de la Coordinación de Intimidad (AESCI). Actriz y profesora de interpretación, se formó con una de las grandes de este oficio en ciernes, Amanda Blumenthal, responsable de series como «Euphoria». A través del teléfono, Rebeca explica a este periódico cuál es el sentido de esta relativamente nueva figura que aspira a que espantos como el de «El último tango en París» no se repitan jamás: «Mi trabajo es garantizar la seguridad física, psicológica y emocional de los intérpretes mientras ayudo a los directores a realizar su visión creativa. La seguridad es lo más importante, también el confort. Aunque sabemos que estas escenas no son las más cómodas del mundo».

Rebeca Medina recuerda las historias para no dormir que le cuentan actrices más veteranas que trabajaron en la era del destape. Cuando el desequilibrio entre desnudos de mujeres y de hombres era tan grotesco que casi causa risa. «Es que se ha abusado mucho, fíjate solo en la época del destape. Ellas desnudas y el caballero, en traje. Y sí, ha habido abuso de poder. También con el actor gay ocurría, eh. Históricamente, las mujeres hemos estado en desventaja total, sin duda, pero a mí me gusta tratar con igualdad. Se han aprovechado de todo el mundo, de todo el que estaba en una situación de poder inferior».

Su psicología y mano izquierda, además de tres décadas de profesión, resultan fundamentales para que nadie la vea como una amenaza, sino todo lo contrario. «Al principio, algunos directores pueden sentirse incómodos o pensar que estamos ahí para “cortar el rollo”, pero poco a poco se dan cuenta de que queremos proteger a los actores y a ellos mismos. Un actor o actriz pueden no atreverse a decir que no al director a la cara. No estamos para imponer, sino para ayudar a crear un ambiente seguro y profesional».

Además de conocer de antemano la naturaleza de las escenas al detalles y de trabajarlas con los intérpretes, la coordinadora emplea herramientas como las «prendas de intimidad» para evitar el contacto por motivos evidentes. «Son todas esas piezas que cubren las partes íntimas del cuerpo que no necesitan ser vistas por la cámara. Por ejemplo, si una actriz tiene que hacer un desnudo frontal en un plano general, es posible que en otro más cercano no necesitemos ver el área genital si no solo el pecho. En ese caso, le ponemos una prenda de intimidad, como una braguita. Si es un desnudo trasero completo solo necesitamos ver la espalda desnuda y los glúteos, así que utilizaremos copas adhesivas, pezoneras, o un tanga adhesivo invisible para la cámara por detrás. Si el plano no permite que haya una barrera exterior física, como una pelota de Pilates deshinchada o una coquilla acolchada, entonces utilizamos con refuerzos internos para evitar cualquier roce no deseado. Es que puede suceder, y es completamente natural, que haya una erección involuntaria o una lubricación excesiva. Los cuerpos sueltan fluidos, claro».

Habla Rebeca de un tipo de escena especial en la que la realidad se impone a la ficción: los besos. «Son de las cosas más complicadas de coordinar porque están ocurriendo realmente, son dos bocas que se están tocando. También hay que pedir consentimiento para todo: si se usará lengua o no, si se inicia con la boca abierta, qué partes del cuerpo se tocan, etc. Cada uno es diferente».

Además de la protección física, resulta fundamental la emocional. Se acabaron los rodajes en los que pasa por delante de la cama hasta el chófer de producción. Ahora se impone el set cerrado y la restricción del visionado de las imágenes. «En ese tipo de escenas solo está presente el equipo indispensable. También se prohíben los móviles y los dispositivos electrónicos para evitar que se hagan fotos». Cuando los involucrados en las escenas eróticas son pareja en la vida real, Rebeca extrema el cuidado e incluso les propone alternativas para proteger su relación. «En ocasiones, incluso hablo con ellos para que se sientan seguros y que su vida personal no se vea afectada por las escenas que interpretan. Les pregunto si hay alguna cosa que no quieran hacer y prefieran guardar para su intimidad, por ejemplo. Para proteger a su pareja y que no se confundan con el romance y los personajes de la ficción».

También puede ocurrir al contrario. Que los actores se metan tanto en el papel que acaben confundiendo la relación cinematográfica con un romance real. «El tema de la química es algo que siempre está presente. Nos pasa a todos en la vida, ¿no? El ‘‘showmance’’ no es un mito, ocurre. Sucede cuando se trabaja de una manera muy cercana al “método”. He visto a compañeros que se llevan esa dinámica a la vida real: salen juntos, van a conciertos o cenas, intentando acercarse a sus personajes desde lo personal. Yo prefiero trabajar desde otro sitio».

¿Y qué ocurre cuando el intérprete tiene una desinhibición por encima de lo tolerable? Responde Rebeca: «Con algún actor me ha pasado que se siente tan cómodo llevando solo una prenda íntima, como una bolsita genital con los glúteos desnudos, que se ha querido ir al catering a coger un café. He tenido que decirle que no puede, que necesita ponerse una batita. Esto puede considerarse acoso. Hay una falta tal de formación y educación sobre lo que es acoso. Por ejemplo, en un set, nadie debería estar expuesto a alguien desnudo sin su consentimiento. No es lo mismo estar cómodo con una situación que tener que aceptarla porque alguien más lo impone».

La buena noticia es que las nuevas generaciones nos llevan siglos de ventaja. Esta coordinadora de intimidad lo sabe bien porque acaba de comprobarlo en primera persona en la nueva entrega de «Física o química»: «Los jóvenes ya están más educados en temas de consentimiento y respeto. Eso facilita mucho el trabajo en set. Es un avance enorme y una maravilla. Lo piden directamente, están mucho más evolucionados. Lo acabo de ver en Física o Química, donde he tenido la mejor de las experiencias. Me han demandado mucho, ¡me sentido tan útil!».

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