Soledad Sevilla, sesenta años y un mismo cuadro

Soledad Sevilla, sesenta años y un mismo cuadro

«Llevo pintando el mismo cuadro toda mi vida», dijo Soledad Sevilla a Isabel Tejeda, entre los tantos momentos que han compartido de cara a la exposición que abre la temporada del Museo Reina Sofía. Hasta el 10 de marzo, el Edificio Nouvel acoge «Soledad Sevilla. Ritmos, tramas, variables», una muestra «retrospectiva, que empieza con obras de finales de los 60 hasta realizadas en 2024, especialmente para esta exposición. Y en todo momento tenía la idea de un recorrido circular, pues durante su trayectoria Sevilla ha mantenido un aroma común en sus piezas», detalla Tejeda, comisaria de la muestra. Esta sensación de unidad, sumada a su característico gran formato, a sus insomnios, a ciertas obras inéditas y a la vital experiencia de la autora en Boston a principios de los años 80, son algunas de las claves que se reparten a lo largo de las 10 salas de la exposición.

Entre la Alhambra y la noche

Los intereses geométricos de sus primeros trabajos se reflejan en unas piezas que aluden a la ilusión espacial. Una inquietud en la búsqueda de la profundidad que también desarrolló en Estados Unidos –disfrutó de una beca de investigación en la Universiad de Harvard–, y de la que surgieron sus dos series más icónicas: «Las Meninas» (1982) y «La Alhambra» (1984-86). Respecto a la primera, explica Sevilla que en Boston «estudié a Velázquez, y en estos cuadros represento la sensación de espacio que creó en esa obra tan icónica». También allí nacieron los bocetos de las obras inspiradas en el monumento granadino: «Visité durante muchos años la Alhambra, y en mis obras muestro cómo el lugar cambia mucho de día y de noche», recuerda la artista.

Luz y oscuridad: dos elementos que también se extienden a lo largo de su producción artística. La retrospectiva incluye los curiosos «Insomnios» de Sevilla, donde «represento lo que pasa por la noche en mi cabeza. En esas noches en vela he resuelto muchos cuadros e ideas», asegura. Grandes obras que dejan a un lado las líneas geométricas para abrazar las pinceladas sueltas, y cuyos tonos grisáceos y negros contrastan con las expuestas en la siguiente sala: en los 90, la valenciana creó un conjunto de luminosas pinturas, que exploran el motivo de las vegetaciones colgantes sobre muros. Un acercamiento a la naturaleza que lleva al visitante hacia la primera instalación de la sala: «El tiempo vuela» (1998). Se trata de 1.500 mariposas azules de papel, posadas en las paredes y montadas sobre un mecanismo de reloj que provoca que giren cada segundo. La artista recuerda cómo, en sus años de enseñanza universitaria, sus alumnos «hablaban mucho sobre el paso del tiempo. Se sentían mayores. Con esta instalación quería destacar que la última parte de la vida puede ser tan hermosa como las anteriores», destaca Sevilla.

La muestra se cierra con las ocho obras de «Esperando para siempre», serie creada especialmente para esta retrospectiva, y donde Sevilla regresa a sus orígenes, a ese mismo cuadro de hace sesenta años.

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