Está el antes y, luego, el después. Los capítulos de la historia del arte, como los de otra historia cualquiera, se amortizan unos a otros sucesivamente, y así avanza la acción. La dirección inversa sería una subversión de la ley. Sin embargo, Suzanne Valadon resulta como artista posterior a su propio hijo. Es alguien, se diría, que viene después del célebre Maurice Utrillo, el pintor por antonomasia de Montmartre: el molino, las plazas nevadas, las veredas entre las tapias… Nacida Marie-Clémentine, fue Toulouse-Lautrec quien la bautizó como Suzanne, el nombre adecuado para quien se exponía desnuda ante los ojos de los viejos pintores a los que servía de modelo: Renoir, Steinlen, Puvis de Chavannes… No obstante, también ella miraba, y aprendía. Era una mujer muy hermosa. Un carácter. Quien más la animó a convertirse en pintora, Edgar Degas, la llamaba “la terrible María”. Era hija de padre desconocido.