“Tardes de soledad”, de Albert Serra consigue alzarse con la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián 2024

“Tardes de soledad”, de Albert Serra consigue alzarse con la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián 2024

Entre todas las derivas temáticas posibles para ser abordadas de manera mayoritaria dentro de los canales artísticos del cine en esta ambiciosa, inabarcable e intensa 72ª edición del Festival de San Sebastián, la muerte -y sus atributos, sus declaradas intenciones, su inminencia inevitable, su dignidad obligatoria- ha sido sin duda la más repetida y esta noche por suerte, en el transcurso del final de la fiesta donostiarra, en el colofón descorchado del séptimo arte, no había rastro de ninguna de sus consecuencias en las esquinas orilladas del Kursaal, sino de su irrevocable némesis: la vida, desbordada por alfilerazos de luz (agradecidos después unas últimas jornadas acribilladas por la lluvia) que un par de horas antes de que diera comienzo la gala de clausura se colaba por los agujeros del cielo, auguraban el desarrollo de una auténtica noche torera.

La dupla formada por los actores Itziar Otuño y Malcolm Treviño-Sitté era la encargada de aderezar con un dinamismo limitado una ceremonia que subrayó desde los primeros minutos la coyuntura actual de descrédito y socavamiento que sufre la cinematografía argentina, consagrada en el Premio Horizontes a la libérrima e inclasificable película “El jockey”, de Luis Ortega y en cuyo emocionante agradecimiento de su protagonista, Nahuel Pérez Biscayart, durante la recogida se aglutinó el sentir de toda una sociedad: “Plan de destrucción de la cultura nacional argentina. Se creen muy pillos pero en ese odio que profesan no hay ninguna libertad. No vamos a borrar ni nuestras memorias ni nuestro futuro. Todo el amor que nos produce juntarnos para filmar las películas de nuestro país será siempre más grande que su desprecio”.

En cuanto al reparto de la pedrea oficial, el reconocimiento del Premio del Jurado a Mejor Guion recayó en un viejo amigo del festival como François Ozon, galardonado hasta en cinco ocasiones en el marco de la celebración de anteriores ediciones del certamen y premiado en esta ocasión por la configuración de un relato de ternura estacional en la Borgoña con “Cuando cae el otoño”, cinta que repitió premio con el galardón a mejor interpretación de reparto para el actor Pierre Lotin. Asimismo, la nota compensatoria de recuperación del mito venía de la mano del Premio Especial del Jurado que entregaba una arrojada Leila Guerriero a todas las actrices del reparto de “The Last Showgirl”, cinta con el telón de fondo de decadencia de La Vegas protagonizada por Pamela Anderson y dirigida por Gia Coppola.

Finalmente, ha sido una película salpicada de polémica desde su proyección en las primeras jornadas del festival que sublima la muerte hasta la barbarie, que la retrata en su naturaleza medieval de pulso contra la vida y en su faceta ritualizada de acto salvaje a través de un poder visual apabullante como “Tardes de soledad”, la que se ha alzado con la Concha de Oro. La estocada final, como no podía ser de otra manera, la ejecutaba Albert Serra, creador del milagro. El talento del personalísimo cineasta catalán ha estado domesticado en más ocasiones por el reconocimiento internacional de su trabajo en forma de premios (Premio Especial del Jurado en Cannes, Premio César, Premio Leopardo de Oro en Locarno, Premio Jean Vigo, entre otros) que por una tibia acogida patria responsable de la ausencia de ellos -a excepción del Gaudí, el Feroz Especial y el Nacional de Cultura- que siempre ha observado su lenguaje autoral cinematográfico muy excesivo en lo performativo y muy pretendidamente salido de los cauces comerciales.

Igual que el proceder misterioso y enajenado del torero peruano protagonista de “Tardes de soledad”, Andrés Roca Rey, podemos decir que el de Banyolas llegó, venció y salió por la puerta grande, nada de conformarse con la insuficiencia de chiqueros. Primera vez que opta a la Concha de Oro y primera vez que la gana. Sin desprenderse de esa rareza hermosa, disfrazada en ocasiones de pretenciosidad, pero fiel a un discurso inteligente, coherente y apasionado con el que se entrega por entero al servicio de las imágenes y del cine, Serra levantó la Concha con el mismo orgullo y brío, que sin entrar en diatribas éticas, utilizan los toreros para alzarse con las dos orejas.

“Esta película era para haber salido por la puerta grande o por la enfermería. Animo a todo el mundo a que vaya a ver la película porque muchas veces nos olvidamos de que el mundo es más complejo que el hecho de estar en contra o a favor de algo”, alentó uno de los productores de la película que se encontraban encima del escenario. “Esta es una historia que viene de lejos y siempre tuve la idea de enseñarla aquí. “Tardes de soledad” implicó una apertura de mente por parte de toda la cuadrilla de Roca Rey para que gente como nosotros estuviera ahí y gracias a ellos la película tiene este punto genuino que resulta tan difícil de encontrar en otras películas”, subrayó flamante Serra sin perder un punto de su provocación discursiva innata.

Haciendo uso de la ausencia absoluta de filtración moral para acercarse y acercarnos como espectadores a lugares y sonidos de las plazas de toros en las que ocurre un episodio barbarizado de muerte en confrontación con una vida en constante probabilidad de acabarse, donde nunca habíamos estado y a los que ni siquiera los propios toreros se atreven tantas veces a mirar, Serra apuesta por la efectividad de un material en crudo para dejar que las imágenes que presenciamos del toro mirando, los borbotones de sangre que manan de las estocadas, el atávico proceso de incorporación de la liturgia en su ejercicio previo de vestimenta o el sudor claustrofóbico de un Roca Rey jalonado por su esperpéntica cuadrilla, hablen. Y sorprendentemente, a la mirada íntima de un jurado presidido por la ganadora de la pasada edición del certamen donostiarra por “O Corno”, Jaione Camborda o la escritora y periodista argentina Leila Guerriero, parece haberle gustado lo suficiente el discurso mantenido con ellas. Se remata así una noche triunfal para Albert Serra y para el cine de la que se desprende un deseo genuino de presenciar cuanto antes su próxima corrida.

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