Todos somos racistas

Todos somos racistas

Cuando me extirparon el útero, sorprendí a los demás por mi absoluta tranquilidad. La pérdida de la fertilidad, incluso con tres hijos ya, tiene algo de trágico, como un peral que perdiese las flores que anticipan el fruto. Luego vino cierta melancolía post quirúrgica y el reposo imperativo. Mi cuerpo se quejaba de la pérdida de un órgano del tamaño de una nuez, pero al cabo una nuez poderosa, generadora. El quid para hacerme enfrentar valerosamente la intervención lo halló mi fabuloso ginecólogo, que argumentó que la anemia que padecía por culpa de la dichosa matriz «me envejecía». Servidora fue a la mesa de operaciones como al salón de belleza.

Traigo el ejemplo para hacer ver que el enfoque puede determinar el abordaje de los problemas. El de la creciente inmigración, por ejemplo. Hay que ver cómo han puesto al Papa. O cómo me han puesto a mí, cuando propuse en Cope un Plan Nacional de Inmigración con albergues organizados, enseñanza reglada o entrenamiento laboral para la construcción, la conducción o la agricultura. Que si nuestros hijos van primero, que si la vivienda nacional es antes, que se vayan a su casa. No había negado que se expulsase a los ilegales, ni que se reforzasen las fronteras, tampoco que se evitase el fenómeno llamada, pero el prejuicio se activó automáticamente.

Ya hay dos partidos en las calles, contra y a favor de los inmigrantes. En realidad, el fenómeno internacional se nos escapa de las manos. Millones de seres ven las series occidentales y están conectados a las redes, desean nuestro modo de vida y nada va a parar su impulso de perseguirlo. No podemos parar un proceso mundial, tal vez podemos regularlo. Pero el sueño de la «Europa blanca» que ha ganado las elecciones en Turingia y en Sajonia es una quimera. Ni tenemos hijos para mantenerlo ni podemos afrontar el futuro sin la mano de obra extranjera. Otra cosa es que nos traigamos Senegal entero.

Cuidadito con el imaginario. Es muy frecuente escuchar que los españoles no somos racistas, mientras se difunde que los moros son culturalmente inaceptables. En mi juventud, el delincuente era el yonqui y el marginal, el gitano. Nunca he vivido en una España sin problema social. Eso es fantasía. El pobre da problemas porque la peor miseria es la falta de educación. Esa educación es la que debemos procurar, y con toneladas de paciencia. Porque sí, porque todos los seres humanos somos racistas.

Me temo que la inmigración empieza a ser un asunto enconado, una batalla perdida, como el reparto del agua entre regiones. Ojalá tuviese la clave para explicar que nos van a extirpar el útero, pero que puede rejuvenecernos.

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