Toreros y toreras

Toreros y toreras

No entiendo mucho de toros. He de reconocer que en mi vida me he ocupado más de las motocicletas que de los animales. Quizá ha sido porque con las motos no he de andar detrás de ellas recogiendo sus defecaciones. El día en que encuentre una mascota que me siga a mí (archivando en una bolsita mis deposiciones cuando me apetezca evacuarlas) quizá cambie de línea de acción en estos temas. Si ese adiestramiento de las mascotas más o menos salvajes algún día se consigue, probablemente habremos resuelto de paso el problema de la recogida de residuos de la humanidad.

Pero me estoy desviando de mi tema central de hoy que es básicamente coincidir con mi paisano Albert Serra. Y es que a nadie con ojos en la cara se le ocurriría negar que, indudablemente, la fiesta de los toros tiene incontestables elementos artísticos. Lo cual, inevitablemente, provoca que estemos obligados, queramos o no, a situarla bajo el paraguas del Ministerio de Cultura. Todo ministro de Cultura que se manifieste proanimalista se encuentra entonces en una delicada posición. Los ministros no gustan de que se les saque de su zona de confort. Así que su reacción, sea cual sea la realidad observable, será insistir en sus dogmas.

Pero eso puede llevar, como está sucediendo ahora, a un conflicto de intereses o prioridades. El ministro se nota que vería con buenos ojos la desaparición de la fiesta. Pero, asimismo, desea la incorporación plena de la mujer al mundo laboral. Por tanto, debería sentirse obligado a promover más toreras como mandan las leyes progresistas de la paridad. Aparece entonces un conflicto. ¿Qué protección hay que priorizar? ¿La de las mujeres (las toreras hembras) o la de los animales (los toros macho)?

Estaría bien que el ministro, con esa prototípica sapiencia de los que se sientan en ministerios, nos iluminara un poquito al respecto.

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