Tres años de la ley de eutanasia: atrapados entre la burocracia y el sufrimiento

Tres años de la ley de eutanasia: atrapados entre la burocracia  y el sufrimiento

Las historias de Consuelo y de María se parecen, salvo en un detalle. Las dos padecen desde hace mucho tiempo enfermedades incurables. Consuelo, de apenas 70 años, sufre una “patología crónica de los músculos y las articulaciones” que se inicia hace 14 años y que constituye “una enfermedad grave e incurable” cuya consecuencia es un “sufrimiento irreversible” agravado por su “intolerancia a los opioides”; María, 20 años más joven, arrastra una esclerosis múltiple que desde hace 19 años ha ido reduciendo poco a poco su movilidad y le provoca un dolor que no desaparece ni con la administración de “fármacos de distintas potencias, incluyendo opiáceos como tapentadol o fentanilo”. Hay un momento de sus vidas en que el dolor es tan insoportable que ambas barajan la posibilidad del suicidio, pero hay algo que las detiene. Lo llega a expresar de forma muy gráfica Consuelo en unas declaraciones a este periódico: “Yo no quiero suicidarme. A mí me gusta la vida, pero esto no es vivir. No quiero vivir si no puedo tener decisión sobre mi vida, y ya no puedo ni leer. Mis días y mis noches consisten en sufrir lo menos posible, y aun así el dolor es intolerable. He pedido que me practiquen la eutanasia para morir con dignidad, en un hospital, de forma segura, como establece la ley. No quiero hacerlo en la habitación de un hotel con un cóctel de pastillas”.

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