Un alma canaria en pena

Un alma canaria en pena

El problema de la inmigración ilegal está haciendo aflorar con toda su crudeza las mayores miserias de la política, demasiado acostumbrada a los debates y polémicas de salón –al juego político– y con una cintura de armario con ruedas cuando se trata de afrontar con decisión problemas no previstos en el pasado, no resueltos a posteriori y con dudosa solución a futuro. El fin de verano e inminente otoño de aguas atlánticas más calmadas nos están brindando escenas auténticamente dantescas especialmente en aguas y costas canarias a las que continúan resultando ajenos representantes de la política europea, demasiado alejados de la realidad del problema y hasta atreviéndose a pontificar sobre el mismo, mientras dan cuenta de un sándwich de salmón ahumado en algún café de Estocolmo o Copenhague.

Resulta inédito contemplar no a un ministro del gobierno, ni a su presidente, ni siquiera a portavoces en el parlamento europeo, sino a un presidente regional de nuestro país, como es el caso del canario Fernando Clavijo, suplicar, junto a su vicepresidente Manuel Domínguez, tanto al gobierno de Sánchez y el ministro Marlaska –ya reaparecido– como a las autoridades europeas suplicar AYUDA con mayúsculas tras la imparable avalancha de ilegales desesperados que daba con la tragedia de un cayuco naufragado en aguas de El Hierro y 48 desaparecidos. El presidente canario se ha movido estos días como un alma en pena, casi representándose a sí mismo por la ciudad suiza de Ginebra implorando el respaldo de la Naciones Unidas ante la crisis migratoria, ante una mirada del gobierno propia de quien se encuentra en shock sin poder pestañear ante la magnitud de una tragedia que tiene datos contantes y sonantes: caos en los centros de menas sobresaturados, un fallecido en la «ruta atlántica» cada 45 minutos y tsunami de doscientos mil inmigrantes llegados a las islas solo desde el 26 de agosto. La santa compaña de Clavijo fuera de nuestras fronteras suplicando ayudas y un principio de solución contrasta con otras prioridades en materia de política exterior, como es la nueva ofensiva diplomática para, a mayor gloria de Puigdemont, reclamarle a la UE que el catalán sea considerado idioma oficial, aun sabido del dudoso éxito de la propuesta. Curiosa escala de prioridades la de un ejecutivo que tantos frentes abiertos se supone debe tener con Bruselas. Y Canarias cada día más africana.

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