Un niño nos ha nacido

Un niño nos ha nacido

Nos ha nacido un niño eterno, es lo que tiene la Literatura. Le he preguntado a Fernando Aramburu y resulta que sí, que «El Nuco» existe. El autor de «Patria» se pone hosco de pura timidez, una saca la impresión de que es duro e inflexible y hasta poco empático, y es solo que tarda un poco –como la naranja que necesita ser morosamente pelada– en revelar un corazón de pan y una dulzura jugosa y frutal, que esconde para no enrojecer.

En Literatura hay dos tipos de críos, los niños-excusa y los niños-anhelo. Los primeros sirven para filmar a los adultos de alrededor, como el bebé Rocamadour de «La Rayuela» de Julio Cortázar, que nos desnuda a La Maga y Horacio, sus padres, y después se muere en silencio. O la niña Maysi de Henry James, que refleja la inmoralidad de la familia.

Los segundos son el propio autor, es bien sabido que todos somos niños en busca de la infancia perdida. Es muy obvio a veces, como Oliver Twist o David Copperfield, que narran las desventuras iniciales de Charles Dickens; o «Heidi», que desgrana la nostalgia de Johanna Spyri por su pueblo natal, desde el internado al que la llevaron en Zurich. Pero en ocasiones se trata del niño que el autor quiere ser («El carbonerito» de Edmundo de Amicis, «el Nini», de Delibes) o el crío que el autor detesta y justamente no quiere ser (el «Sisí» de nuestro autor de Valladolid).

No hay mayor plasticidad para expresar el deseo que el niño, que es deseo puro. Por eso dice Juan Gelman en el poema para Alejo Stivelberg (el cantante de Tequila, que el poeta conoció en Buenos Aires en casa de su madre y que tenía 5 años entonces):

«En donde vive Alejo

ni en el mar ni en el aire: en un espejo

(…)

no en el que nos miramos

sino aquel que nos mira como Alejo».

En la novela «El niño», de Fernando Aramburu, podría parecer que «el Nuco» es un niño-excusa para enseñar, con su muerte prematura, la locura del abuelo y los dramas de sus padres; pero creo que «el Nuco» es más. Sospechándolo, se lo dije a Aramburu y me reveló, como una perla, que escribió «El Niño» durante el embarazo de una de sus dos hijas, mientras mascaba la espera de ese bebé que lo estrenaría abuelo. Así que «el Nuco» es anhelo del autor, carta al nieto en camino y deseo de la mirada de niño que describe Gelman y, que en fin, aconseja Jesús de Nazaret. «El Nuco» es, a la vez, Fernando Aramburu y su nieto, y es para siempre, porque es verdad.