Un paraíso salvaje en Portugal: Comporta

Un paraíso salvaje en Portugal: Comporta

Llevaba tiempo dándole vueltas a un viaje pendiente, martilleándome en el subconsciente como esas melodías que no sabes dónde las has escuchado y que se resisten con terquedad a abandonar tu cabeza. Ya la última vez que estuve en Galicia me habían comentado unos amigos (expertos conocedores de Portugal) que estaban pensando seriamente en comprar un apartamento en la región al sur de Lisboa; los vi realmente fascinados por la zona y no son precisamente del tipo de personas fácilmente impresionables. El deseo de conocer la zona fue irresistible.

Os hablo del llamado Alentejo litoral, ese universo lusitano que se extiende, más o menos, desde Setúbal hasta Sines. Después de un día en la todavía maravillosa Lisboa, que parece haber tomado irremediablemente el camino del secuestro turístico al estilo de Venecia, tomo el ferry en Setúbal, que me deja en Tróia. Y ahí empezó el flechazo. ¿Cómo es que yo no conocía esto? La luz del sol, resplandeciente convertía en un espejo el inmenso estuario del río Sado… Alquilo un Fiat 500 con techo de lona y me dirijo en estado de ensoñación al hotel que había reservado. Entre arrozales, pinares y el arenal más grande que he visto hasta el presente, llego a la coqueta población de Comporta. Encuentro casi instantáneamente mi hotel, con el espiritual nombre de Alma Lusa. La decoración parece haberse contagiado de la atmósfera general de la villa, con su mobiliario neutro, intemporal, pragmático, quizás con cierta perspectiva futurista de película retro. El edificio también se mimetiza con la ascética y racional belleza de la localidad, que me recordó a los poblados de colonización de Extremadura y también a la sobria arquitectura funcionalista de Alvar Aalto. De apenas dos plantas, su resplandeciente fachada blanca rota por listones de madera se integra armoniosamente en esa galaxia alentejana de río, arrozal, pinar, viento, duna y mar eterno.

Me gusta madrugar, porque me llena de alegría, como ducharme con agua fría, caminar hasta la extenuación, beber toda el agua que pueda y hacer del desayuno la principal comida del día; Comporta es idónea para todo esto. De inicio, (había llegado tempranito), un desayuno bufé con ingredientes fresquísimos y al borde de la piscina que preparó mi cuerpo y espíritu para encarar esa extraña sensación entre desconocido y sincrónicamente familiar que desprende este sitio. Y por fin… ¡a la playa! ¿Playa? Creo que el nombre le queda corto. ¿Inmenso arenal sin principio ni fin? No encuentro palabras. Atónita, no veo puntos de referencia que me orienten; sin embargo, una peculiar sensación de calma se va apoderando de mi espíritu e incluso esos rasguños anímicos que nos va dejando el día a día parecen haberse sumido en la espuma del mar. Veo a gente practicando surf clásico y kytesurf.

Comporta es uno de los lugares más bonitos de Portugal para montar a caballo. Pasee por terrenos privados plantados con olivos antes de llegar a la playa de arena. Después de un largo recorrido por este impresionante paisaje, hago una parada en una bodega local para degustar los deliciosos vinos portugueses.

Llego a la frontera entre el arenal y una especie de pino con la que no estoy demasiado familiarizada: me desconcierta y asombra que pueda crecer un árbol en lecho de pura arena; de repente, el inmenso mar de arroz aparece ante mí, apenas surcado por algún ciclista o paseante. No se ve a mucha gente, pero sí a la suficiente.

Empiezo a comprender que el lugar se haya convertido en refugio elegante y sofisticado, lujosamente silencioso, claro. No extraña que Carla Bruni, Luis Medina, Eugenia Silva, el diseñador Louboutin, los Casiraghi-Grimaldi o Jacques Grange hayan han recogido el testigo de los que en su día también sucumbieron a la romántica red del lugar, como Andy Warhol y Alberto de Mónaco, todos ellos con el denominador común de lo eco-chic, de lo pijo con rostro humano, de la moda hippie chic, del outfit boho, del bohemio de buena familia que escapa de la ostentación y busca la excelencia en las relaciones humanas con quien quiere y desea en medio de uno de los entornos naturales más desconcertantes y sugerentes del planeta. Concentrada en estas reflexiones, no me percato de que la mañana va pasando, de que mi piel se va bronceando con la obsesiva brisa y de lo guapos y cosmopolitas que son los portugueses y los despeinados franceses que han hecho de este lugar su Meca definitiva.

Tengo mucha sed, y después de un rápido baño (huyo despavorida del agua agitada y fría), y sigo los sensatos consejos de mis amigos de Galicia para descansar tomando una sangría blanca en el mítico chiringuito Comporta Café, que nada tiene que envidiar al café de Rick. Es un escaparate para ver y ser visto, para comer, beber, charlar, conocer, olvidar, reír, llorar, hacer confidencias y limpiar los polvorientos desvanes del alma. Y una curiosidad que me explica allí la escultural camarera: la playa de Comporta no pertenece municipalmente al pueblo; se ubica (caprichos administrativos) en feligresía y ayuntamiento diferentes.

Ya es la hora de comer; el paseo me ha despertado un apetito de caníbal y me decido por lo seguro: un arroz negro de choco en el Restaurante Canalha en el hotel. Sublime acompañado de un vino de la región, tan sorprendente como desconocido.

Tanta felicidad junta me amodorra, y descanso un ratito en el Alma Lusa, con vistas hacia sí mismo y que debe de tener poderes hipnóticos. El equipo del hotel es superlativo publicista de las bondades de la ya compleja oferta turística local, y parece adelantarse a la solución de la duda del visitante antes incluso de que esta se plantee.

Me habían comentado la existencia de un puerto ancestral, y llego allí poco antes de la puesta de sol; cabañas de madera y barcas encalladas en el fango, por la marea baja: El puerto de los palafitos de la Carrasquería, un conjunto pertenece al patrimonio nacional. El vuelo de las cigüeñas y garzas, el pinar salpicado de alcornoques en el horizonte y el deslumbrante sol de poniente me colocan al borde del síndrome de Stendhal.

Reacciono y busco lugar para cenar. Pregunto a unas chicas que por allí andaban haciéndose fotos y resulta que son de Madrid; me recomiendan el Cavalariça Comporta. El chef prepara las ostras del país a las mil y una maneras. Cautelosamente, me voy retirando, no puede ser posible tanta felicidad y bienestar.

Rutas del buen come comporta

Chiringuitos estupendos para comer ( tenéis que reservar y en terraza )

Sal Restaurante https://www.restaurantesal.pt/ en playa de Carvalhal ( unos 15 min en coche) está al pasar Carvahal que es un pueblito muy cerca a Comporta. Este pueblito tienes unas tiendas chulísimas, podéis parar a la vuelta de la playa. Reserva ya en terraza, muy buen pescado, ensalada de garbanzos súper rica. Merece la pena ir

Comporta Café https://comportacafe.pt/ en la playa de Comporta ( 5 min en coche aprox)

Ilha do Arroz: https://www.herdadedacomporta.pt/en/restaurants/ilha-do-arroz/ en Playa Comport

Para cenar en Comporta:

A Cegonha: Sitio estilo merendero con mucho encanto pero no se puede reservar: Sardinas, patatitas ensalada, almejas buenísimas a la sartén ( Almejas al bulho pato se llaman)

San Joao: un arroz con langostinos y almejas de llorar

Cavalariça: muy chulo y buen ambiente, pero la comida más modernilla.

Para por la mañana antes de ir a la playa, os podéis pasar por una tiendita supermercado que hay, “Merceria Gomes” que os va a encantar. Y si no tenéis el desayuno incluido en el hotel en “Colmo bar” es estupendo, con unos jugos naturales y tostadas buenísima y ambientazo. Y pasear para conocer las tiendas estupendas que hay.

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