Cada vez que Roma cambia de piel, la capital italiana se convierte en caos, aunque también surge la oportunidad de exploración, de incurrir en sus lugares más vírgenes, descender a las mazmorras más dantescas. Le avala su historia, con la ingente cantidad de modificaciones, el perpetuo errar de fuentes, obeliscos y monumentos o incluso importantes expansiones topográficas que sufrió la urbe a lo largo de los siglos, siempre dejando un legado, una nueva ocasión para caminar con nuevos pies.
Seguir leyendo