Un sofrito antes que una factura

Un sofrito antes que una factura

Fermí Puig no pensaba que se iba a morir ahora, a los 65 años, justo cuando visualizaba la jubilación y tenía unas ganas enormes de vivir, de viajar, de poder leer sin parar y hasta de cocinar un fricandó para sus amigos, alejado por fin del negocio y, sin embargo, más amo que nunca de su firma, dichoso porque su restaurante -Fermí Puig- pasara a denominarse Fonda Puig. No era precisamente un empresario ejemplar, no porque no supiera administrar el dinero, sino que su generosidad era tan espléndida como su cuerpo gigante, siempre cerca de la mesa de sus clientes y lejos de la oficina de los dueños, pues prefería “hacer un sofrito a una factura” como recuerda con la precisión de un bisturí nuestro común amigo Santi Carreras.

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