Un voto centrado frente a todos los populismos

Un voto centrado frente a todos los populismos

La opinión pública española ha vivido una campaña electoral polarizada, bronca y en clave excesivamente doméstica, sin duda, porque los estrategas gubernamentales han considerado que la opción socialista partía con demasiada desventaja frente a la del Partido Popular –que venía de ganar las elecciones municipales, autonómicas y generales– y que la mejor opción era la vuelta al «que no gane la derecha» para movilizar a un electorado de izquierdas renuente y fragmentado en torno a la figura del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Pero la realidad de esta apuesta plebiscitaria, insólitamente alimentada por la peripecia judicial de Begoña Gómez, no debería hacer olvidar a los ciudadanos llamados, hoy, a las urnas que la cita tiene unas dimensiones que desbordan el marco nacional y, al mismo tiempo, van a condicionar el futuro de una sociedad española inevitablemente imbricada en el ámbito de decisión europeo.

Con un problema añadido, y no menor, precisamente, porque una parte nada despreciable de la ciudadanía comunitaria, especialmente numerosa entre las nuevas generaciones, está poniendo en duda la viabilidad de un proyecto de unión que tras dos graves crisis –financiera y sanitaria– ha dejado descolgados del bienestar y el progreso a amplios sectores sociales. En buena parte, la responsabilidad recae sobre unas élites políticas, pero también económicas, insensibles al sentir general de la población y que se han mostrado más preocupadas por las demandas de las minorías y las vanguardias de los «nuevos derechos» que por atender a la realidad cotidiana de sus conciudadanos.

Ciertamente, las revueltas de los «chalecos amarillos», primero, y las movilizaciones generales del mundo agrario han servido de aviso a navegantes ante de la creciente desafección europeísta, pero es el Brexit, con todos los matices que se quiera, lo que esos líderes tendrían que tener permanentemente en mente. Podemos buscar «culpables» y llorar sobre la leche derramada. Podemos señalar los excesos de décadas de dominio socialdemócrata o los errores de una excesivamente temprana apertura a los países del Este europeo. También lamentarnos de una transformación económica en la que ha primado lo financiero y la búsqueda de un mercado abierto, inevitablemente recíproco, que, a la postre, beneficia a las grandes potencias manufactureras asiáticas. Pero es un ejercicio inútil que siempre conduce a la melancolía.

Porque la realidad que hay que combatir es que están surgiendo en el seno de la Unión Europea fuerzas populistas y de izquierda radical -que bajo diferentes sofismas –una unión fuerte de naciones fuertes, es uno de ellos– tratan de dinamitar desde dentro el gran proyecto de Europa. Y porque creemos que ese proyecto de unidad continental es lo mejor que le ha sucedido a las últimas generaciones de europeos y lo mejor que les puede suceder a las siguientes, es por lo que, hoy, reclamamos para el Parlamento Europeo un voto centrado, alejado de radicalidades y extremismos de todo tipo que aborde los problemas de la inmigración, la transición energética, la caída de la producción industrial, la apertura comercial a los productores agropecuarios extracomunitarios y el envejecimiento de la población desde la moderación, el análisis y, sobre todo, el alejamiento de los nuevos estereotipos del miedo de un ecologismo extremista o de un anti islamismo primario.

En España, la opción moderada que preconizamos la representa el Partido Popular, una formación de centro derecha, enmarcada en las grandes líneas de los partidos democráticos europeos y cuyas propuestas están perfectamente acordes con las medidas que demandan los problemas europeos. Porque la alternativa es el populismo, incluso en un PSOE que hace tiempo perdió sus atributos de centralidad.

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