Una obsesión presidencial llamada Josep Tarradellas

Una obsesión presidencial llamada Josep Tarradellas

El monasterio de Poblet es, además de panteón real de los monarcas de la Corona de Aragón, alberga uno de los más importantes fondos documentales para conocer la historia catalana de los últimos cien años. Fue allí donde el que fuera presidente de la Generalitat, Josep Tarradellas, quiso que se custodiaran sus fondos documentales, a los que con el paso de los años se han sumado otros legados igualmente imprescindibles para conocer y entender el pasado de Cataluña. Por todo ello, no parece que sea una casualidad que el nuevo presidente del Govern, Salvador Illa, haya escogido Poblet para reunir estos días a sus consellers. No parece ser una elección al azar un espacio tan vinculado con una figura adorada y odiada a partes iguales, como es la de Tarradellas, un político imposible de olvidar y que para algunos representa una manera de entender el encaje de la Generalitat en España. Es una de esas obsesiones presidenciales que acompañan a Cataluña.

Cabe decir que si algunos líderes han optado por recuperar a Tarradellas, es porque previamente algunos decidieron ocultar o tergiversar su obra política y social. En este sentido, es conocida la enemistad y falta de entendimiento que existió entre nuestro protagonista y Jordi Pujol, su sucesor en el cargo. La Generalitat convergente decidió mantener un perfil bajo con motivo, en 1999, del centenario de Tarradellas, fallecido once años antes, aunque Pujol se apresuró en reivindicar el legado de quien lo había precedido en el cargo. A Pujol no le había hecho ni pizca de gracia que Tarradellas le aconsejara que dimitiera de su cargo cuando el fiscal general del Estado presentó una querella contra 25 ex directivos de Banca Catalana, entre los que estaba el convergente. Al periodista Julio Merino, cuando le preguntó su opinión sobre Pujol, Tarradellas le contestó que «yo de enanos y corruptos no hablo».

Antes de llegar a la presidencia de la Generalitat, Pasqual Maragall, reivindicó en no pocas ocasiones desde el Ayuntamiento de Barcelona el papel de Josep Tarradellas, otorgándole en 1987 la medalla de oro de la capital catalana «por su decisiva contribución al restablecimiento de las instituciones de autogobierno de Cataluña y con motivo del décimo aniversario de su regreso».

En este sentido, no es exagerado apuntar que el PSC aprovechó muy bien el distanciamiento de los convergentes, con Pujol a la cabeza. Tampoco, por otro lado, ERC no pareció mostrar mucho entusiasmos hacia Tarradellas, pese a que el político había formado parte –y de forma activa– de sus filas durante los años republicanos y bélicos. Maragall mantuvo ese afecto hacia lo que significó el primer responsable del Govern restaurado tras la muerte de Franco, algo que prolongó a Antònia Macià, esposa de Tarradellas.

Otro socialista, José Montilla, también quiso llevar en sus manos la antorcha del político. Por eso, no dudó en rendirle homenaje con motivo del vigésimo aniversario de su muerte. Antes, cuando se cumplieron tres décadas del célebre «ja soc aquí», Montilla dijo públicamente que Tarradellas era el modelo de presidente de la Generalitat en el que se basaba para gobernar desde el Palau de la plaza Sant Jaume.

El convergente Artur Mas –en aquel momento lo era– no se preocupó, una vez llegado al poder, de hablar de Tarradellas. Había otros presidentes de la Generalitat, bueno, más bien uno, al que recuperar y aplaudir tras el paso del tripartito formado por PSC, ERC e ICV. En época de Mas, sin embargo, se vivieron algunas actitudes chapuceras, como que el traductor al inglés de la página web de la Generalitat convirtiera en George Washington, primer presidente de Estados Unidos, a Josep Tarradellas en la versión inglesa. Era 2012 y en esa misma web el President Mas era el President More.

Probablemente sea Carles Puigdemont quien ha hecho un uso más discutible de la figura de Tarradellas. Y eso ocurrió muy recientemente, el pasado 8 de agosto, con su polémica aparición en Barcelona para después desaparecer. Durante su brevísimo discurso en el Arc de Triomf, Puigdemont empezó su intervención con un «encara som aquí», una más que clara referencia al «ja soc aquí».

Por su parte, Quim Torra, el 7 de agosto de 2018, a través de la red social Twitter, quiso rememorar el entonces 64 aniversario de llegada de Tarradellas como presidente de la Generalitat en el exilio. «El exilio daba continuidad a la institución devastada por la guerra y la dictadura. Hoy, de nuevo, el exilio forma parte de nuestra historia», escribió Torra.

Este año, Pere Aragonès visitó el Arxiu Montserrat Tarradellas i Macià, en el monasterio de Poblet, y pudo conocer de primera mano los papeles del presidente de la Generalitat. Antes, el pasado año, Aragonès no quiso asistir a la presentación del documental «Tarradellas. Govern d’unitat», dirigido por el realizador Jordi Solé. No dejaba de ser una ausencia llamativa si se tenía en cuenta que al acto habían acudido Jordi Pujol y José Montilla.

Durante la campaña electoral que lo ha llevado finalmente a la plaza Sant Jaume, Salvador Illa hizo campaña con la estela de Tarradellas tras de sí, como mostró públicamente en un acto en Santa Coloma de Cervelló, la localidad del desaparecido presidente, acompañado del hijo y el nieto del político. «Tarradellas es pacto, Tarradellas es poner los servicios y las políticas públicas en el centro de la política», dijo Illa en ese acto electoral.

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