Voto perdido

Voto perdido

Si hubiera sabido cuando acudimos a las urnas hace poco más de un año que el candidato socialista iba a traer la amnistía para los nacionalistas catalanes y, además, que cambiaría el sistema de financiación autonómica para dotar a Cataluña de un concierto a la vasca, muy probablemente me habría decantado por votar al PSOE y supongo que, como yo, decenas de miles de españoles. Sinceramente no entiendo de qué se quejan Page y Lamban, cuando la salida catalana de la ecuación autonómica española es una decisión de altísimo calado político, sólo al alcance de visionarios estadistas como Pedro Sánchez. Nada menos que los de Junts y ERC negociándole la catarata de pasta a Salvador Illa, que, no lo olviden, pertenece a un partido político que ha sido capaz de arruinar dos veces a España en los últimos treinta años, y no me voy más atrás porque no quiero hacer memoría histórica, que estoy de vacaciones y tengo que pelearme con una barbacoa portuguesa –de carbón «ecológico»–, que el día que la Unión Europea se las prohíba a los lusitanos van a caer radicalmente las emisiones de CO2 mundiales y el calentamiento global será como haber despertado de una pesadilla. No les digo más que, aquí, en Nazaré, tienen hasta barbacoas de balcón, pequeño, para tostar sardinas, grandes, con un volumen de emisiones que ríete tú de los Aceros de Llodio. Pero a lo nuestro. Con una conjunción de socialistas y nacionalistas de izquierda radical gestionando sin cortapisa alguna los ingresos fiscales que generan en Cataluña los ciudadanos que pagan impuestos, que cada vez son menos, ¿qué puede ir mal? Sólo hay que ver los excelentes resultados de las políticas de vivienda, transferidas, en Barcelona y alrededores para que cualquiera con dos dedos de frente hubiera votado con entusiasmo la candidatura socialista. No me queda muy claro lo de las pensiones. ¿Van a escote o cada comunidad autónoma se paga las suyas? Y, dicho sea de paso, no me explico como Puigdemont, Junqueras e Illa, seres políticos de otra dimensión, que no hay más que ver cómo los primeros gestionaron el intento de secesión y el último, lo del coronavirus, no están en París ganando medallas. La maldita envidia española.

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