¿Y si la mafia regresa gracias a Toni Servillo?

¿Y si la mafia regresa gracias a Toni Servillo?

Si la georgiana «April» estuviera en el palmarés, no sería la primera vez que un alegato antiabortista triunfara en Venecia: en 2018 el León de Oro fue para la francesa «El acontecimiento». Si la película de Audrey Diwan se centraba en la que decide abortar, la notable «April» está protagonizada por la doctora que practica los abortos. Dea Kulumbegashvili, que ganó la Concha de Oro con «Beginning», canaliza su denuncia a la estigmatización social del aborto en su país de origen a través de la mirada de una mujer en crisis, una ginecóloga completamente entregada a su trabajo que, al mismo tiempo, no puede dejar de ponerse en peligro cuando, en sus derivas por las zonas rurales en las que atiende a algunas de sus pacientes, busca sexo casual con hombres que parecen inmersos en una cultura primitiva y no precisamente sensible al placer femenino.

Búsqueda de lo incómodo

Lo que hace de «April» una película provocativa es justamente ese personaje construido según dos movimientos opuestos: por un lado, Nina es capaz de poner en riesgo su carrera practicando abortos clandestinos a mujeres que nunca podrían confesarlo a sus maridos, a pesar de que en Georgia el aborto es legal; y, por otro, se pone en la piel de esas mujeres, maltratadas o en una situación vulnerable, cuando busca los límites de su propio placer. «April» está diseñada, en un plano formal, contra los patrones de la película de denuncia social al uso: respetando la crudeza del «slow cinema» –dos nacimientos y un aborto filmados a tiempo real y en plano fijo–, el filme busca alienar e incomodar al espectador entendiendo la duración como un acto de resistencia.

Menos convincente nos parece la inclusión intermitente de unas fugas oníricas, protagonizadas por una criatura recubierta de fango reseco, que se pasea por la película como portadora de la metáfora, del todo innecesaria, de una feminidad asfixiada. Fugas que interrumpen el perturbador realismo de «April», a veces a un paso del cine de Carlos Reygadas, con las imposturas de una instalación artística que se cree críptica cuando es demasiado obvia.

Tal vez nos hayamos convertido en una instalación móvil, o seamos tan solo una imagen que nadie mira. Eso plantea la singapurense «Stranger Eyes», en lo que empieza como un thriller de secuestros y acaba como un drama en el que un hombre busca la reconciliación con la hija que nunca ha tenido filmando compulsivamente a una pareja en proceso de demolición. La presencia de Lee Kang Sheng en el reparto nos hace pensar inmediatamente en las melancólicas elegías a la soledad urbana de Tsai Ming Liang, aunque el discurso sobre la sociedad de la hipervigilancia, y sobre el modo en que las imágenes contemporáneas contribuyen a convertirnos en voyeurs de las vidas ajenas y en objetos de representación de una identidad inestable, podrían hacernos pensar en las primeras películas de Atom Egoyan. La notable película de Siew Hua Yeo no solo trata de lo difícil que es hacerse visible para el otro en un sistema que únicamente concibe la realidad a través de una pantalla sino también de la concepción de la imagen como prueba de un delito que tal vez no hemos cometido; en fin, de la imagen que nos hace ser sospechosos de estar vivos.

La peor película del día a concurso fue la que, según sus directores, podía compararse a obras más incontestables. Porque Dostoievski y «El padrino» son palabras mayores. Pero Fabio Grassadonia y Antonio Piazza lo tenían claro: su «Iddo», también conocida como «Cartas sicilianas», volvía a uno de los temas favoritos del cine italiano (o sea, la mafia) con esos referentes como ejemplos a seguir. Huelga decir que la película no consigue lo que pretende: ni Elio Germano, con gafas de sol y gesto adusto, da el pego como el elusivo «capo» Mateo Messina ni Toni Servillo se desprende de un cierto aire sainetesco al encarnar al ex político Catello, que trabaja para los servicios secretos italianos para cazar al mafioso. La película, que incide en la corrupción endémica de un país que aún lidia con las miserias del crimen organizado, tiene unas ínfulas literarias y visuales que, lamentablemente, no se corresponden con el resultado, que es puro material de derribo.

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