¿Y si viajar a Afganistán fuera una buena idea?

¿Y si viajar a Afganistán fuera una buena idea?

Hace pocas semanas fueron asesinados tres turistas españoles en Afganistán. Dos mujeres, Susana y Elena, y un hombre, Ramón. Fue un auténtico revuelo. Hubo programas de televisión que hablaron de ello. Quien tenga Twitter, sabrá que se opinó mucho sobre los fallecidos y sus elecciones de vida, algunos escritores de renombre incluso sacaron viejos artículos a relucir y dijeron muy seguros de sí mismos que no cambiarían una coma (como si todavía estuvieran enfrentándose al editor). Hubo muestras de pésame y muchos pésames con un pero a continuación, hubo insultos ridículos porque a quienes se dirigían ya estaban muertos. Aquí se muestran algunos ejemplos, una ínfima parte de esos insultos:

“Si es que serán imbéciles”

“Tres subnormales”

“¿Y a quién con más de dos neuronas activas se le ocurre ir de vacaciones a Afganistán?”

“Que se vayan a tomar por culo, a quién se le ocurre ir de turismo a Afganistán”

“Les pasa por gilipollas”

Comentarios de sillón escritos con mucha mala uva y muy poca empatía hacia las familias de los asesinados, que debieron de pasar los días siguientes viendo cómo una nación que no se pone de acuerdo en nada, podía organizarse para insultar a tres personas que no hicieron daño a nadie. Pero esta feroz jauría digital se resarció con otros cuando terminó de profanar los cuerpos, buscando culpables vivos, y volaron hacia ellos los (no tan) refinados insultos castellanos. Acusaciones cruzadas en los comentarios. Twitter vuelto una jungla, otra vez. A Aníbal Bueno, un ingeniero y biólogo español que ha visitado algunas de las esquinas más peligrosas del planeta, además de tener su propia agencia de viajes con destinos a lugares considerados como “peligrosos” o “exóticos”, a él le enviaron amenazas de muerte como consecuencia del delirio popular que despertó el asesinato de estos tres turistas. Al parecer, gente como Aníbal son culpables de las muertes en Afganistán por ser quienes organizan este tipo de viajes.

Pero Aníbal tiene voz y habla para LA RAZÓN en confianza. Deja de lado las emociones y desgaja el oficio como alguien que lo conoce más allá del sofá: “tenemos el firme compromiso de que nuestras visitas repercutan positivamente en las comunidades que nos acogen. Muchas de las poblaciones locales nos transmiten carencias, principalmente en los ámbitos sanitario y educativo; y es ahí donde tratamos de poner el foco”. Señala que colaboran asiduamente con oenegés e instituciones locales, además de llevar siempre un trato de respeto hacia las autoridades (sí, también hay policías en los pueblos cuyo nombre desconocemos).

Quienes no han ido de turismo a Afganistán, no saben que ir allí no es como irte a Disneylandia, que el turismo aquí es distinto. Que, quien viene, se involucra. Las intenciones que llevaron a una madre y su hija como las que fueron asesinadas, farmacéuticas ambas de profesión, a viajar a Afganistán, se explicarían antes mediante un interés por conocer más allá de las fronteras de Europa, o sus ganas de ayudar a una aldea sin nombre, o expandir horizontes, encontrarse un detalle que ignoraban, antes que deberse a la idiotez de darse un colocón de adrenalina para fardar de regreso a España. Así lo explica Aníbal:

“Según indican los estudios sociológicos y antropológicos, el turismo es una de las principales herramientas de cambio social […]. Por otro lado, en lugares donde los derechos humanos no son respetados o existen graves carencias en cuanto a libertades, un aislamiento no llevaría más que a enquistar la situación y alargar el sufrimiento de la población local, la cual, muchas veces, ve en el turismo esa ventana de esperanza al cambio, ese pequeño hilo que les conecta con el resto del mundo y por el que permean otros puntos de vista”.

Un hilo que es como un camino donde puedes encontrar dragones, es innegable que viajar a Afganistán o Sudán del Sur puede acarrear graves peligros… pero también que San Jorge no se hizo santo por matar moscas. Como muy bien sabemos los españoles, el turismo fue la mejor manera de abrirnos a un mundo que nos temía tras una guerra sangrienta y durante el curso de un gobierno autoritario. Entonces, habría que preguntarle a quienes venían de turismo a España en 1950 lo que les decían sus familias para disuadirles de viajar aquí. Sólo podemos agradecer a esos valientes que no escucharan a quienes les llamaban subnormales.

Como reportero de conflictos, este periodista conoce además que el primer objetivo de los malos es crear este pánico a la hora de viajar a ciertas zonas. De esta forma aíslan a sociedades, las acorralan, las silencian, y extienden sin obstáculos sus reinados de terror. Hace falta valentía para escupirles a la cara e ir allá donde no quieren que vayas. Hace falta un sobreesfuerzo de humanidad.

Aníbal concuerda en que debe reconocerse una cosa: cuando mueren quienes viajan por trabajo (militares, cooperantes, periodistas), entonces todo son lágrimas y comentarios calificándoles de héroes. Pero, si les preguntasen a ellos, es 100% seguro que responderían que no fueron a ese sitio de riesgo por el dinero que concede una profesión ligada a los viajes. Ni el cabo, ni el cooperante, ni el corresponsal. Este periodista puede confirmar que existen trabajos más fáciles y mejor pagados. Y puede que unos cobren por viajar a Afganistán y otros no, pero todos los que vuelven a casa (turistas y profesionales) cuentan a sus audiencias o a sus vecinos y familiares lo que vieron: que en el mundo de los salvajes hay gente civilizada. Que la mayoría lo son. Que hay amor y familias.

Esta arriesgada dinámica de viajar, cumplir su cometido, regresar y contarlo es lo que volvía realmente héroes a los cooperantes y los cabos, y no el salario. Si a Aníbal, que es un fotógrafo reconocido, doctor en biología de sistemas e invitado ilustre de Jordi Wild, le pegasen un tiro el día de mañana en un viaje a Sudán del Sur, muchos dirían que es una pena, incluso algunos de quienes le insultaron estas últimas semanas escribirían un D.E.P lleno de buenos sentimientos.

A la hora de hablar del riesgo que obsesiona a tantos, el especialista en viajes asegura que “actualmente, en un viaje a Afganistán es infinitamente más probable sufrir un accidente de tráfico letal que un acto de violencia armada. Pero eso no es noticia. Lo que nos llega a través de los medios es únicamente lo que impacta. Pero la realidad es más compleja”. Por ejemplo, se habla mucho de que la gente que va de turismo a Nigeria o Etiopía son personas como aquella pareja de estadounidenses veganos que quisieron dar la vuelta al mundo en bicicleta para demostrar que el mundo es bueno y les mataron los del ISIS, por inconscientes, pero la realidad no suele ser así. Eso es un cliché. Un cliché similar al que dice que quienes comentan en las redes sociales sólo conocen de la vida el tacto del sofá.

Aníbal asegura que los turistas que visitan países de mayor riesgo suelen haber estado previamente en sitios considerados como difíciles, “subiendo de nivel” poco a poco, que sus clientes han conocido a guardias chulos y muchos hijos de fruta en el camino. Así responde a quienes piensan que las personas que viajan a Afganistán viven en un mundo de color rosa. Porque no viven un mundo de color de rosa. Han estado en Etiopía y Nigeria y Afganistán y han cruzado miradas con gente despreciable que quiso hacerles daño, hasta que lo lograron.

Muchos turistas pueden vivir situaciones traumáticas sin que por ello se acobarden y dejen de viajar. Que dejen de viajar y que los inocentes vivan aislados es precisamente lo que buscan los malos. No viven en el mundo de yupi, no son “pijos progres catalanes”, como les calificó un comentario de Twitter. La valentía se confunde con locura tantas veces como se confunde la locura con valentía. Muchas veces, depende sólo del punto de vista. Si no se puede negar que viajar a ciertos lugares puede terminar con el turista asesinado, tampoco debe olvidarse que cuatro turistas fueron asesinados en Cancún el pasado mes de abril… ¿y quién no querría irse de vacaciones a Cancún?

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