Ahora Harris

Ahora Harris

Rosa observa entre curiosa y encantada una escena típica de verano y ocio, el baile de una mujer atractiva, grandona y sonriente, a la que saca a bailar al escenario un cantante de mañas caribeñas y sonrisa generosa. Los dos parecen divertidos. Más él, de quien se diría que se mueve con arte y una cierta suficiencia, como si se jactara del éxito de su caza. Ha conseguido sacar a bailar a la que puede ser la primera presidenta de los Estados Unidos de América. Kamala Harris, chaqueta y pantalón, se desenvuelve con gracia en lo del baile y no esconde en su expresión que ella también tiene algo que celebrar: pasar de vicepresidenta silenciosa y desaparecida a candidata presidencial el próximo mes de noviembre.

El arte de Harris no solo ha estado en dar pasos de baile con solvencia. En apenas unos días, una vez desatascado el intestino de los demócratas con la decisión de Biden de renunciar, consiguió llenar la bolsa de su campaña con una riada récord de 90 millones de dólares. En apenas 24 horas. O sea, demostrar fehacientemente que había miedo, y mucho, entre los demócratas y que el dinero de los benefactores sólo estaba esperando que se deshiciera el tapón. Del pánico tan magistralmente reflejado en la portada de Time, se ha pasado al entusiasmo de la campaña de Harris. Que tampoco es que haya demostrado enormes cualidades, piensa Rosa, porque en los cuatro años de último mandato de Biden ha estado como enterrada, oculta en algún lugar de Washington sin que apenas se supiera de ella más que estaba allí. Cierto es que su país es muy presidencialista, pero un silencio tan ensordecedor de su número dos tampoco debía ser cosa de mucha normalidad. Ni parece, según algunas declaraciones recientes, que tuviera mucha idea de la situación política de su país y en particular de las propuestas y anuncios de su adversario Trump, en cuya boca ha puesto cosas que él no dijo, aunque lo pensara, como que sería un dictador desde el día uno, o iniciativas que nunca pensó tomar, como el recorte en «Medicare» y Seguridad Social.

Pero hoy esta mujer está surfeando su mejor momento político. Y ha conseguido, en su arte está también haberlo hecho, despejar una certeza, o al menos convertirlo en duda revisable: que Donald Trump sería el próximo Presidente de los Estados Unidos. Ya no está tan claro. Ni siquiera para el propio Trump, que se ha visto obligado a cambiar de estrategia en su campaña sin disimular su irritación ni su desconcierto. Que centres la mirada de un país en los problemas de edad de tu adversario y ahora seas tú el viejo de la disputa, debe de ser bastante incómodo. Pero, además, hay otro elemento en el que un irritado Trump puede patinar y es el de la condición femenina y racial de su adversaria. Ya están sus corifeos inyectando en la red afirmaciones antiguas sobre la propia Harris, de quien dijo hace cuatro años que no sería bueno una socialista en la presidencia, y además, mujer. Se ha presentado estos días en redes y alguna televisión como si fuera una afirmación reciente, pero es de la anterior campaña. Ahora bien, eso no le resta veracidad al hecho de que es lo que piensa y si se calienta acabará repitiéndolo. Ni consistencia a la campaña de descrédito que han iniciado ya contra ella.

Rosa está casi segura de que Trump va a jugar una baza que cree eficaz: el matagigantes femeninos. Conviene recordar que el hombre que se enfrentó y venció a Hilary Clinton es quien ahora va a parar a la otra mujer demócrata que le ponen delante. Seguro que juega a eso. Pero esa estrategia ha de adoptarse y adaptarse al nuevo tiempo con sumo cuidado. Quizá la difusión del antiguo video descalificando a la señora Harris por ser mujer haya puesto en guardia a sus asesores, cuidado con lo que va a decir o hacer el candidato, pero también cabe suponer que no es imposible una fuga inesperada o incómoda si se le va atascando a Trump el intestino con el resurgir de su adversaria demócrata. No lo esperaba. Y en esas situaciones uno puede a veces perder el control.

No necesita Trump andarse con ojo, eso también es verdad, puesto que los suyos le perdonan hasta que lo encarcelen por engañar y defraudar, pero con la cuestión de las mujeres sí debería andarse con pies de plomo. Más de la mitad de su electorado es femenino. Y es posible que tenga alguna fuga inesperada o incómoda, si se le va atascando a él el intestino con el resurgir de la señora Harris.

Rosa nunca ha seguido demasiado de cerca las elecciones en Estados Unidos, aunque tiene claro que lo que allí se vote terminará afectándole. Pero en esta ocasión resurge el componente mujer con el vigor de la inesperada sorpresa política y la posibilidad, también esta vez real, de que la inquilinidad en la Casa Blanca cambie de género por primera vez en la historia.

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