Más allá de un diagnóstico excesivamente literal de los resultados de las elecciones europeas, se impone el síntoma. Muchos jóvenes han optado por no escuchar a sus abuelos, cargados de una experiencia vital valiosa, compleja y esforzada, para dejarse seducir por las consignas de los chamanes de la riqueza fácil y el paraíso fiscal andorrano antes que la lucha vecinal. Pero a su estruendo discotequero le llegará la resaca incómoda. Y bajo la nube, persiste la certeza de que algo se está moviendo. Muchos ciudadanos, quizá descorazonados, han encabezado protestas que pueden ser eficaces. Los habitantes de ciudades y regiones exprimidas por el turismo vacacional han comenzado a hacer oír su voz, con el ejemplo destacado de Canarias y Baleares. Ofendidos por la incapacidad para vivir dignamente en mercados saturados por el negocio turístico, se alían a las demandas de los empleados públicos —ya sean profesores, bomberos o sanitarios— que no pueden habitar donde se les solicita.