Año II después de Nadal, una aldea murciana resiste ahora y siempre al invasor…

Año II después de Nadal, una aldea murciana resiste ahora y siempre al invasor…

Año II d. N. (después de Nadal). Toda la Galia está ocupada por las legiones italianas, pero una aldea murciana resiste ahora y siempre al invasor… En vista de la cantidad de italianos que peregrinaban en la línea 10 del metro hacía la Porte de Saint-Cloud, uno pensaría que Julio César había vuelto con sus ejércitos a marchar sobre Lutecia. Ataviados de azul y portando banderas tricolores (un azul y unas tricolores distintas a las de sus primos de este lado de los Alpes), soñaron el viernes con un pleno de finalistas: Jasmine Paolini perdió la final contra Swiatek y la de dobles, formando pareja con Sara Errani frente a Coco Gauff y Kristina Siniakova; y la pareja Vavassori-Bolleli cayó el sábado ante Arévalo y Pavic.

Les falló Jannik Sinner, italiano de aspecto teutón y germanoparlante del Alto Adigio que no había podido domar a Alcaraz. Había un alemán de verdad en la final, hamburgués de origen ruso, porque esto de las nacionalidades del tenis es un lío. Pero los espectadores no estaban confusos en la Philippe Chatrier. Mayoritariamente, su elegido era Alcaraz. «Allez Carlos», «Forza Carlos», «Come on Carlos»… en todos los idiomas excepto en alemán, porque aficionados de allí había muchos con bandera, pero eran silenciosos y sólo se oyó algún «Idemo Zverev» en ruso u otra lengua eslava, porque el serbio con dinero había comprado las entradas desde hace meses para ver a Djokovic.

En un momento dado, cuando a Zverev le negaron el contra-break en el quinto set al corregir el juez de silla (que se apellidaba Lichtenstein, pero era francés, para coronar la formidable batahola) una doble falta cantada al murciano por el línea, un par de buenos samaritanos entonaron un salomónico «allez les deux» (vamos los dos) que no convenció ni a tirios ni a troyanos ni a nadie. «Están locos estos parisinos», habría exclamado Obélix.

Lo que realmente fue un placer tras la entrega del trofeo, fue escuchar los acordes de la Marcha Real en absoluto silencio: veintitantas mil personas, hartitas muchas de Moët & Chandon y todas hasta los mismísimos de pasar calor en la grada, de pie y a ninguno se le ocurrió meter la mata ni hacerse el gracioso ni aprovechar la sacrosanta libertad de expresión para tocar los dídimos a los presentes. Después de media docena de finales de la Copa del Rey con la tarea de trasladar a los lectores a cuántos decibelios tronaban los maleducados pitos al himno nacional, fue un agradable shock. Esta gente, por lo visto, votó en masa a la ultraderecha. Panda de desaprensivos…

La fuerza de la costumbre, en fin, ha convertido la pista central de Roland Garros en una embajada (casi) permanente de España y el hincha deportivo, que es insaciable, sueña ya con los Juegos que se celebrarán dentro de pocas semanas en el mismo recinto. Volverá Alcaraz para intentar un loco doblete, aspirante al oro también en dobles para un primer/último baile con Rafa Nadal. Y en la antigua pista 1, conocida por su redondez como «la plaza de toros» entre los aficionados ibéricos, se disputarán las finales de boxeo: no se pierdan a Ayoud Ghadfa, un marbellí de origen sirio que amenaza (nunca mejor dicho) a todo el cuadro de la categoría reina, el peso superpesado.