Comunismo con rostro humano

Comunismo con rostro humano

A principios de 1968, el nuevo líder del Partido Comunista de Checoslovaquia, Alexander Dubček, pretendió dar un barniz compasivo, tierno y hasta sentimental al régimen prosoviético que controlaba el país. Y, siguiendo esa tradición tan arraigada en determinada izquierda de poner eslóganes consumibles a aquello que no hay forma de consumir, lo bautizaron como «comunismo con rostro humano». Ese oxímoron duró nueve meses: en agosto de 1968 entraron en Praga los tanques del Pacto de Varsovia.

Hace 46 días que Yolanda Díaz asumió el cargo de coordinadora de un artefacto político llamado Movimiento Sumar. Pero se ha movido poco y ha sumado menos. En los meses previos, Díaz trataba de poner rostro humano a su ser comunista –lo es desde la cuna, por herencia familiar–, mezclando la militancia con una forma naif de tratar al mundo: algunas de sus alocuciones –muchas de ellas grabadas y sin preguntas– empezaban con un tono pueril y sensiblero que parecía dirigirse a «mis queridos niños y niñas».

Esas formas preadolescentes no cuadraban con su férrea determinación de ignorar a los empresarios para pactar solo con los sindicatos en varias ocasiones, o para tratar de conducir a sus odiados examigos de Podemos a una destrucción que no se ha llegado a producir, aunque su irrelevancia sea una evidencia equivalente a la de Sumar.

Ahora, Yolanda Díaz abandona las tareas orgánicas –imposibles de ejercer en un partido que, en puridad, no tiene organización alguna–, pero pretende mantener su cargo de vicepresidenta segunda del Gobierno. Sin embargo, esa aspiración choca con una verdad hasta ahora no desmentida: que la vicepresidencia segunda del Gobierno va ligada al liderazgo del partido coaligado con el PSOE.

La crisis existencial en Sumar, derivada de sus malos resultados en sucesivas elecciones, se une a la derrota del PSOE en las europeas. Ambas circunstancias simultáneas, junto con la tendencia a la infidelidad de los socios parlamentarios de la coalición, hacen que gobernar sea casi una quimera. A lo más que pueden aspirar Sánchez y Díaz es a estar en el gobierno, lo que, por otro lado, les resulta suficientemente satisfactorio. Les parece más importante estar que ser.

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