Cotignac: singulares coincidencias sobrenaturales y políticas

Cotignac: singulares coincidencias sobrenaturales y políticas

En una pequeña localidad de la Provenza francesa ocurrieron en un determinado momento de la Historia una sucesión de acontecimientos que le acreditan como un lugar particularmente señalado en los inescrutables designios de la Providencia. Se trata de Cotignac, localidad que actualmente tiene una población de poco más de 2.000 habitantes, y que en tiempo de los acontecimientos que vamos a reseñar, difícilmente superaría el centenar. Este simple hecho ya permite vislumbrar que la lógica y los juicios meramente racionales humanos no suelen coincidir con los de Dios. Como dirá por boca del profeta Isaías: «Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son los míos. Como son más altos los cielos que la tierra, son más altos mis pensamientos y caminos que los vuestros».

Sentado esto, en Cotignac tuvieron lugar dos apariciones durante los siglos XVI y XVII, una de la Virgen María y otra de san José, respectivamente, con la singularidad de ser esta última la única del esposo de la Virgen reconocida por la Iglesia.

En el transcurso de la Historia son numerosas las apariciones marianas aprobadas por la Iglesia que están señaladas en la geografía con santuarios a los que acuden gran cantidad de fieles en busca de consuelo en la tribulación, peticiones de favores corporales y espirituales, o para dar gracias por los ya recibidos. El Pilar, Guadalupe, Lourdes, Fátima, etcétera, se cuentan entre los santuarios más destacados, junto a otros más actuales como Medugorje, todavía en proceso de discernimiento definitivo de su eventual y previsible carácter sobrenatural.

En Cotignac está emplazado un pequeño santuario erigido siglos atrás que fue sometido, como tantos otros, al destructor saqueo de las turbas revolucionarias y a la subsiguiente restauración por los sencillos y humildes fieles. Allí el 10 de agosto de 1519 un pastor del pueblo de nombre Jean de Baume recibió la visita de la Virgen María, que se le reveló como Notre Damme des Grâces (Nuestra Señora de las Gracias), pidiéndole que le comunicara al párroco y a los ediles del pueblo que allí mismo debían construirle una capilla a la que acudir en peregrinación a recibir las gracias que Ella quería concederles. Dudando el pastor de la veracidad de lo que había experimentado, la Virgen se le volvió a aparecer al día siguiente, tras lo que corrió a comunicar lo sucedido.

En cuanto a la aparición de San José, en el monte Bressillon, a 45 minutos caminando y 5 minutos en automóvil de Notre Damme des Grâces de Cotingnac, en la mañana del 7 de junio de 1660, el pastor Gaspar Ricard yacía sediento y agotado por el calor, cuando un varón de imponente figura le dijo: «Soy José, levanta esa roca y beberás». No creyendo lo que le decía (ocho hombres apenas moverían la piedra poco después), le repitió sus palabras. Se incorporó Ricard y sin ningún problema movió la roca de la que fluía −y sigue fluyendo− gran cantidad de agua, sin que ningún lugareño tuviera conocimiento previo. De esta forma, un siglo después se había repetido allí una singular aparición, lo que provocó que miles de personas comenzaran a peregrinar a Cotignac.

La exégesis pone de relieve cómo en esta aparición se conjugan las virtudes de San José con su discreción y silencio, al aparecerse en un lugar tan humilde y sencillo sin ninguna espectacularidad, y después de haberle cedido la primicia a la Virgen María. Igualmente, interpreta el agua como símbolo de la fuente de la vida, y la roca como las dificultades que nos entorpecen acceder a ella. San José nos anima a acercarnos a la vida auténtica que se nos ofrece, apartando los obstáculos que dificultan ese encuentro, como nuestros defectos y pecados. Al glorioso patriarca se le encuentra en el silencio y la oración, siempre dispuesto a ayudar y a animarnos a apartar esa losa que nos separa de la vida auténtica y eterna.

Tan solo tres años después de esta segunda aparición, las peregrinaciones ya eran masivas y se contaban por miles las gentes que acudían alentadas por los muchos favores materiales y espirituales allí recibidos. Pero por si todo esto no fueran ya hechos suficientemente extraordinarios, el nacimiento del monarca más poderoso del momento, Luis XIV, considerado como el «Rey Sol» por su gran esplendor, nacerá en 1638 por una particular gracia −que él mismo reconocerá como milagrosa− muy estrechamente vinculada a Cotignac, como tendrá ocasión de reconocer y agradecer públicamente allí mismo unos años después. Por cierto, también con una particular relación con España, como veremos más adelante.

Para contar este milagroso nacimiento, damos un salto de más de un siglo en la Historia para ir al 27 de octubre de 1637 a un convento de monjes agustinos ubicado en París, en el que profesaba Fray Fiacre de Santa Margarita. Desde hacía tiempo solía acudir allí la entonces reina de Francia, Ana de Austria, esposa del rey Luis XIII, rogando oraciones por un hijo que no llegaba tras veintidós años de matrimonio. Ese día, Fray Fiacre tendrá una revelación de quien le manifestará ser Notre Damme des Grâces portando en sus brazos un niño coronado que le dirá es el «Delfín» −el heredero− suplicado por la reina. Para concebirlo, debía comunicarle a Dña. Ana que acudiera al santuario de Cotignac a rezar una novena pidiendo a Notre Damme des Grâces su intercesión, para despues marchar juntos a París para rezar dos novenas más, dirigidas a las advocaciones de Notre Damme y a Nuestra Señora de las Victorias.

Partieron a Cotignac y el 5 de diciembre de ese año 1637 terminaron la tercera novena. A las pocas semanas, la reina notará estar embarazada y sin esperar al eventual alumbramiento, su esposo Luis XIII proclamará a la Virgen de la Asunción como patrona principal de Francia a través del Decreto de Saint Germain-en-Lay de 10 de febrero de 1638. Exactamente nueve meses después de finalizar la tercera novena, el 5 de septiembre de 1638, nacerá el futuro Luis XIV, que será bautizado como «Louis Dieudonné», Luis Diosdado («dado por Dios»). En agradecimiento al fervoroso monje Fray Fiacre, su corazón fue depositado en Cotignac por voluntad del rey tras el fallecimiento del religioso en 1684.

El 27 de febrero de 1660 Luis XIV viajará a Cotignac con su madre viuda para dar gracias por su milagroso nacimiento obtenido por las oraciones y súplicas realizadas en aquel mismo lugar. Una placa colocada allí mismo por orden del rey da testimonio de este hecho, así como una pintura de la época donada por el expresidente de la República Valery Giscard d’ Estaign.

La citada visita de los monarcas en 1660 tiene un significado adicional de gran importancia para España, pues fue el año posterior a la firma del Tratado de los Pirineos que dio por terminada la guerra con Francia mediante el intercambio pacífico de territorios entre ambos reinos. Además, el 6 de junio de ese mismo año 1660, Luis XIV recogió en la frontera con España a su joven prometida María Teresa, con la que se casará en San Juan de Luz el día 9. Resulta una singular coincidencia que al día siguiente de haberla recibido procedente de España, el 7 de junio, se apareciera en Cotignac el santo Patriarca San José, nuestro Padre y Señor. Como decimos, es la única aparición suya reconocida, lo que da un destacado significado a este acontecimiento sucedido coincidiendo con ese lugar y ese momento.

No es fácil asumir que un Rey como Luis XIV no efectuara la consagración al Sagrado Corazón de Jesús, que le fuera pedida por medio de santa Margarita María de Alacoque en 1689, que hubiera evitado nada menos que la Revolución Francesa y derrocado definitivamente la dinastía de Borbón reinante en Francia. Sin duda, nuestros caminos y los Suyos, son distintos.

Llamativas coincidencias entre los designios de Dios y las acciones humanas. Aunque, como vemos, estos designios de lo Alto no siempre fueran secundados por los hombres. Para nuestra desgracia.