Cristina García Rodero, la chica sin dueño

Cristina García Rodero, la chica sin dueño

De cría odiaba las fiestas populares como solo odian los críos aquello que aman sus padres. Hablo de esa etapa de la vida en la que empiezas a echar de más a tus viejos por estar vivos, a la vez que a echarlos de menos porque sabes que van a morirse. Sí, lo confieso. A la niñata redicha y repipi que no he dejado de ser nunca le salían ronchas purulentas con los desfiles de moros y cristianos, las verbenas de chundachunda y pasodobles, las procesiones de santos patronos, las romerías de bebercio y comilona, y las subidas y bajadas de vírgenes a sus respectivas ermitas a las que me llevaban a la fuerza. Qué mala es la soberbia. No sé explicarlo de otra forma. Una se sentía única, especial, distinta, y se moría de la vergüenza ajena ante tan vulgar exhibición de las pasiones del populacho. Quién iba a decirme entonces que, tantos años y tantas pérdidas más tarde, se me iban a caer las lágrimas de nostalgia de aquellos días felices viendo fotos ajenas. Fue en casa de Cristina García Rodero, mirando las imágenes de fiestas y ritos ancestrales de su libro La España oculta, una obra de arte publicada hace 35 años, que van a volver a exponerse por todo el país tras su presentación en el madrileño Círculo de Bellas Artes. Con todo, su gran obra de arte es ella misma.

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