En 2019, la vida de Juan Carlos (nombre ficticio) dio un giro radical. Hasta entonces, tenía un cargo de responsabilidad en una multinacional del ámbito del marketing, y su día a día y hasta su propia identidad quedaban literalmente limitadas, identificadas y absorbidas por su trabajo. Con un equipo internacional de unas 300 personas haciéndole cada día consultas desde Europa a Oriente Medio y América, su jornada arrancaba cuando empezaban a trabajar en Dubai (sobre las cinco de la mañana en España) y acababa cuando terminaban en Nueva York, Chicago o la costa oeste de Estados Unidos, a las nueve o diez de la noche. Hasta que un fortísimo ataque de ansiedad sobrevenido en un coche le llevó al médico y a una baja prolongada de nueve meses. No lo vio venir, y su realidad, la de un adicto al trabajo, a punto estuvo de costarle pareja, familia y amigos. Pero, al borde del precipicio, buscó ayuda y se salvó.
Cuando el trabajo se convierte en una adicción
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