Cuando la jubilación abre la puerta a la formación universitaria

Cuando la jubilación abre la puerta a la formación universitaria

El mes de agosto, con septiembre a la vuelta de la esquina, supone un buen momento para plantearse el inicio de nuevas actividades antes de terminar el año. «Nunca es tarde si la dicha es buena», vela el refranero español, y hay pocas dichas mejores que el saber.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define el envejecimiento activo como «el proceso por el que se optimizan las oportunidades de bienestar físico, social y mental durante toda la vida, con el objetivo de ampliar la esperanza de vida saludable, la productividad y la calidad de vida en la vejez». Cada vez más personas mayores apuestan por envejecer de esta manera, lo que les lleva a sumarse a la población juvenil y llegar a la universidad en septiembre.

La Universidad Senior de La Coruña, la Universidad Permanente de Alicante, la Universidad de Mayores en Almería, la Universidad de la Experiencia en Barcelona, la UC3M Senior en la Carlos III de Madrid… Son muchos los centros de enseñanza que tienen Programas Universitarios para Personas Mayores (Programas PUM), y todos ellos están agrupados en la Asociación Estatal de Programas Universitarios para Mayores (Aepum), que nace en 2004 y en la que se agrupan todos los centros y entidades con personalidad jurídica que pretenden la formación universitaria para este sector de la población.

En 1996 se publicó el famoso ensayo de Jacques Delors titulado «Los 4 pilares de la educación». Fue el resultado de una Comisión Especial, convocada por el Director General de la Unesco, Federico Mayor Zaragoza, cuyo objetivo era reflexionar sobre la educación y el aprendizaje en el siglo XXI. La vigencia de este texto sigue siendo absoluta. En él se hablaba de las políticas educativas como un «proceso permanente de enriquecimiento de los conocimientos, de la capacidad técnica, pero también, y quizás sobre todo, como una estructuración privilegiada de la persona y de las relaciones entre individuos y entre grupos».

Con la llegada de la jubilación, muchas personas relegan no solo sus capacidades técnicas, sino también sus interacciones sociales. Retomar la enseñanza es una puerta abierta a seguir estimulando no solo el cerebro, sino las relaciones con el resto, con el mundo, e incluso podría decirse que con la vida. Para Delors, los cuatro pilares educativos son: aprender a conocer; aprender a hacer; aprender a convivir, a comprender mejor al otro y al mundo; y aprender a ser. Estos se alinean y defienden el lema de «la educación para toda la vida», una idea que no deja de ganar fuerza.

Según datos manejados por la Aepum, en el curso 2021-2022 se matricularon 23.712 personas en 49 universidades que ofertaban Programas PUM. La pandemia provocó un importante descenso en las cifras, pues en el curso 2018-2019 el número ascendía hasta los 63.173 estudiantes.

Esta asociación considera que cualquier oferta educativa en la que participe la universidad y que esté destinada a mayores de 50 años puede considerarse dentro de los Programas PUM. El envejecimiento de la población española y los intentos por adaptar la vida social, cultural y educativa a la misma han sido fundamentales a la hora de explicar el auge de la educación senior.

Manuel Félix Sánchez García (64 años, Madrid) se licenció durante su juventud en Historia del Arte, en la Universidad Complutense de Madrid, aunque acabó desarrollando gran parte de su carrera en el ámbito de la Administración. Al prejubilarse no dudó en volver a indagar en los servicios que ofertaba la universidad madrileña, algunos online y otros presenciales: «No me lo pensé. Me gusta mucho el trato con la gente, y todo lo online ya me había saturado durante la pandemia», cuenta Manuel.

Se inscribió en un primer curso monográfico sobre arte japonés, que realizó de febrero a mayo del año 2023, y más tarde también cursó otro de música clásica. Este año irá a por el tercero: Historia del Cine Español, el cual está «deseando empezar».

Este estudiante recuerda que, al ser gente de edad avanzada, todos tienen claro qué hacen allí: «Los profesores lo valoran y se vuelcan con nosotros, no somos gente que va a la universidad para jugar al mus». A la pregunta de por qué estudiar una vez acabada la vida laboral, Manuel responde que «no soportaba la idea de meterme en casa para ver televisión, ir al cine una vez a la semana o hacer un viaje con el Imserso, como mucho».

Una de las cosas que más le impresionó fue que gran parte del resto de estudiantes «tenía formación universitaria pero en absoluto relacionada con el arte o la música. Había médicos, arquitectos, economistas… Se notaba que ahora estaban estudiando lo que siempre les había gustado y no habían podido estudiar».

Esperanza Peñalver (65 años, Madrid), economista, se jubiló hace año y medio y llegó a los Programas PUM al buscar «la oportunidad de saber cosas sobre temas a los que, hasta ahora, no había podido dedicar tiempo, temas que no tuvieran nada que ver con mi carrera de económicas», explica para LARAZÓN.

El año pasado comenzó a frecuentar la Universidad Cardenal Cisneros, donde acabó cursando un monográfico de Historia. «¿Por qué? Porque he estado trabajando 40 años. Ha habido muchas cosas que he querido hacer, muchos temas de los que me habría gustado aprender, y no he podido. Hasta ahora». Esperanza considera que otra de las motivaciones clave a la hora de regresar a la universidad siendo jubilado es conocer gente y ampliar círculos, «con personas que tienen gustos parecidos a ti». «Esto también te ayuda a salir de casa. Hay mucha gente que al jubilarse ya no quiere hacer nada, pero aquí no, aquí te encuentras con gente proactiva, que todavía tiene ganas de vivir, y saber, y hacer cosas buenas», cuenta.

Al margen de los Programas PUM, todas las universidades públicas ofrecen un número de plazas determinadas dirigidas a mayores de 45 años. No es necesario contar con una titulación académica previa, ya que el acceso es directo siempre y cuando se supere un examen. Y así fue como Celia (1959, Cañizares, Cuenca) se licenció en Trabajo Social en la Universidad de Castilla-La Mancha. «Siempre me había atraído ir a la universidad, pero con los estudios que tenía no era posible. Terminé la escuela a los 14 años en 6 de la antigua EGB», explica. En 1994, ya casada y con dos hijos, acudió a la escuela para adultos que habilitaron en su pueblo, y obtuvo el graduado de la Educación Secundaria Obligatoria (ESO).

Al estar trabajando en Cuenca coincidió con dos compañeras que habían hecho el curso de acceso para mayores de 45 y estaban estudiando en la universidad. Ese fue el último empujón para terminar de lanzarse a cumplir su sueño. En 2011, Celia empezó a ir a un centro de adultos para obtener el acceso universitario. Aprobó, y un año más tarde comenzaba su andadura como estudiante de Trabajo Social.

«He tenido que hacer 100.000 kilómetros porque la facultad está en la capital, a una hora de mi pueblo. En 4 años me gradué, con mucha ilusión. Disfruté mucho la carrera, los compañeros me aceptaron de maravilla, tratándome como una más. Me iba de cena con ellos y me incluían en sus planes. Era gracioso, porque yo era mayor que varios de mis profesores», rememora nuestra protagonista, quien también tuvo que aprender inglés: «Como en todas las carreras, me exigían el nivel B1. Me costó otros 4 años, pero lo conseguí». Igual que consiguió colgar el título de Trabajadora Social en su casa.

Durante tres meses, Celia ejerció la profesión en una residencia de ancianos: «El primer día que empecé en la universidad pensé que no tendría nivel suficiente para seguir el ritmo de unos jóvenes que venían de bachillerato. Pero al poco me di cuenta de que las ganas que yo tenía me daban la fuerza que necesitaba».

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