El adiós de Nadal, o un sí pero no

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Así es el universo Nadal, tan fijo, tan conservador y a la vez tan cambiante, tan sólido y tan voluble al mismo tiempo; construido sobre esa coletilla a la que el tenista, mil y una exposiciones ya, infinidad de conferencias de prensa, recurre con frecuencia: “En el deporte, todo puede cambiar muy rápido”, suele repetir chascando los dedos, viniendo a decir que lo que hoy es negro mañana puede ser blanco y al día siguiente verde, o redondo cuando poco antes se veía cuadrado. Mensaje abierto, a veces enigmático, habilidosamente deslizado —si no hay intervención de por medio— para no pillarse los dedos; se puede intuir, oler y presuponer, pero literalidad en mano, difícil y raro que caiga en el renuncio. Pocos resbalones. Y desde hace un tiempo viene avisando: lo dejará, pronto quizá. O tal vez no. La respuesta seguramente dependa de su cuerpo, porque si es por él, volvería a París, su París, tantas veces como la ha visitado.

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