El Agustín Ibarrola político y el artista de la naturaleza se citan en dos exposiciones en Madrid

El Agustín Ibarrola político y el artista de la naturaleza se citan en dos exposiciones en Madrid

Las circunstancias vitales son como el pulgar que se coloca delante de la cara para medir la distancia: pueden servir de referencia a la hora de evaluar cualquier trabajo creativo. En el caso de Agustín Ibarrola (1930-2023), esa relación va más allá, hasta el punto de integrarse en una pura simbiosis. No existe diferencia entre la vida y la obra. El hombre y el artista son uno y el mismo. Lo que se transformó a largo de las más de ocho décadas que se dedicó a la pintura, desde sus 11 años hasta el final de sus días, no fue él, incansablemente comprometido con los valores democráticos, siempre arraigado a sus tierras vascas y a un tiempo cosmopolita, sino el contexto histórico y social en el que se desenvolvió. Nació de una familia de trabajadores, se formó de manera autodidacta, participó en la lucha antifranquista como miembro del Partido Comunista y acabó dos veces en prisión: primero entre 1962 y 1965 y nuevamente desde 1967 a 1973. Nunca, ni siquiera entonces, dejó de crear. Con la llegada de la democracia, su segunda dictadura se la impuso ETA, que lo tuvo continuamente en su punto de mira. Tanto encierro y tanta opresión provocaron en él el efecto contrario al deseado: se empecinó en ser, y fue, un hombre artista radicalmente libre.

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