El despropósito de Vox

El despropósito de Vox

La esperpéntica reacción de Vox, como muestra de su rechazo a la acogida de 347 menores migrantes, no me sorprende, porque es un proyecto a la búsqueda del enfrentamiento con el PP y la crispación política al igual que hacen Sánchez y sus socios. Nadie puede decir que haya sido hostil a esta formación, aunque discrepo de sus posiciones y planteamientos. He sido respetuoso, como se puede comprobar con mis artículos e intervenciones en radio y televisión. He rechazado la estrategia de estigmatización de la izquierda política y mediática. No me parece justo que se descalifique a este partido de la derecha radical mientras se blanquea a los independentistas, los comunistas y los antiguos dirigentes del aparato político y militar de ETA. Al igual que sucede con el caudillismo del PSOE, en Vox se repite un esquema similar con Abascal. No había más que escuchar las declaraciones de sus dirigentes antes de empezar la reunión cuando decían, como si fueran robots, que harían lo que quisiera su líder. Es similar al pensamiento único en el PSOE. La crisis que ha montado su politburó es absurda, pero responde a una estrategia.

Abascal se ha convertido en el mejor aliado de Sánchez, porque sus declaraciones y su actuación favorecen al sanchismo. No se corresponde con lo que dice combatir y no hace más que asegurar su continuidad. Estamos ante un proyecto caudillista donde la democracia interna se reduce a un grupo de fieles que le ríen las gracias, como sucede en el PSOE y Podemos. Una persona manda, sus fieles le sirven de palmeros y el resto se limita a callar. En este tipo de organizaciones algunos mueven los hilos en la sombra y los cargos son muy volátiles, ya que es fácil caer en desgracia. Esto conduce al ostracismo. Es curioso constatar que Abascal actúa como los soberanos durante el Antiguo Régimen cuando buscaban personas nuevas, sin contactos y obedientes para ejercer un poder absoluto. Los dirigentes de Vox intentan estar cerca suyo e interpretar sus silencios, así como sus escasas declaraciones públicas y privadas. Es el aislamiento del caudillo que ha sido llamado por Dios para liderar un proyecto y algún día la nación. Su objetivo es ser Le Pen y hasta hace poco Meloni, pero es una distopía inalcanzable.

Francisco Marhuenda es catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE)

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