Me imagino que han visto las fotos de Óscar Puente y José Luis Escrivá jugando al golf en Alicante. Ahí están, en pantalón corto y polo blanco, los nuevos reyes del swing. Mi vecina Carlota, que jugó una temporada después de quedarse viuda, dice que los golpes de Puente recuerdan ligeramente a Jon Rahm y los de Escrivá, a Sergio García, pero que ambos estilos son manifiestamente mejorables. Hasta Feijóo, recién operado de los ojos, ha visto las fotos, y leo que el PP exige que Puente dé la cara en el Congreso por el caos ferroviario, sobre todo en lo referente a Cercanías de Madrid. Estamos esperando el grito en el cielo de Ayuso. ¿Dar la cara Puente? Hombre, yo creo que si da la cara es peor, siempre es peor, mucho peor. Pero esta vez tenemos que agradecer a Armengol el detalle de que haya frenado toda actividad parlamentaria para evitar la comparecencia.
¿No era el golf deporte de pijos, solo propio de la fachosfera? Bien es verdad que llegó a practicarlo Raúl del Pozo, pero no creo que lograra darle un marcado carácter social, tirando a Pozo del Tío Raimundo. Ahora, los dos ministros del Apolo de la Moncloa están en plena campaña (sin la colaboración de la Yoli) para animar a las clases trabajadoras y sindicadas a practicar el deporte de los ricos. «Hacer unos hoyos no es cosa de millonarios jubilados o de marquesas aburridas; también las clases humildes y rojas pueden practicar el golf sin menoscabo de su condición», dirán en un video que ahora están preparando. Apuntan también las malas lenguas que ambos políticos sueñan con que, cuando se acabe el chollo actual, les fiche un jeque para entrenar en Dubai a las clases pasivas.
En su caso, lo llaman golf porque las otras palabras que empiezan por esas letras ya estaban cogidas.
