El fin de los Ciudadanos

El fin de los Ciudadanos

Venían con una venta política nueva. Un promontorio de ilusiones regeneracionistas y generacionistas que asustó a los califas del bipartidismo y que al final resultó más de lo mismo, porque el envite retórico carecía de corporeización pragmática. Era más un suntuario de ideas que un programa político. [[LINK:TAG|||tag|||633617a187d98e3342b26ff6|||Pablo Iglesias]] ha acabado montando un bar en Lavapiés con una coctelería con los nombres de Durruti y el Che, y de ese Podemos de ágora ya lo único que queda es el comunismo de Zara de [[LINK:TAG|||tag|||63361a6d1e757a32c790c5d8|||Yolanda Díaz]], que en cada convocatoria electoral va como a menos. Ahora las elecciones catalanas también han certificado la muerte de un muerto, que no es Perè Aragonés, sino Ciudadanos, que ha sido el último sueño de centro que ha tenido este país.

Albert Rivera llegó a la política desnudo, como los recién nacidos, en un cartel electoral que hoy, con la historia hecha y ya a nuestras espaldas, es una imagen más que elocuente que entonces. Él vino para romper hegemonías y discursos nacionalistas metidas en euforia, lo que muchos aplaudieron, pero después este príncipe de Maquiavelo devino en una desafortunada metáfora de lo que supone la ambición. Cambió el papel de joven Adolfo Suárez, que es un mito que aún fascina, por el papel de líder de la oposición. Vamos, que confundió un mal resultado del Partido Popular con la posibilidad de un «sorpasso». Un cálculo de error que al final lo dejó en la calle y sin los suyos, igual que a un Rey Lear de la política. Su error ahora es una lección de enseñanza obligatoria en las facultades de Políticas. De socio de Pedro Sánchez a marido de Malú. En esto ha quedado la nueva política en España: en un antro para nostálgicos de Carillo vandalizado por anarquistas y un exabogado divorciado de una cantante famosa. Lo demás sigue como siempre. Ya saben…

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