El neerlandés Dylan Groenewegen gana al sprint la sexta etapa del Tour de Francia

El neerlandés Dylan Groenewegen gana al sprint la sexta etapa del Tour de Francia

En Dijon hacen mostaza mundialmente conocida y el sprinter maldito Dylan Groenewegen, enhiesto surtidor de testosterona, gana la etapa del Tour porque hace 60 millones de años a la península Ibérica y a la italiana, dos grandes islas a la deriva entonces, se les ocurrió acercarse al continente y chocar contra su inmensa masa, un choque tectónico para los siglos de los siglos. Del impacto tremendo se elevaron los Alpes y Pirineos en las costuras y cicatrices y también debido al choque, Francia dejó de desgarrarse por el Este. Lo que debería haber sido un mar se quedó en larguísima, profunda y llanísima zanja con elevadas paredes a ambos lados en las que crecen los viñedos de Borgoña, Beaujolais y el Ródano, y hay un pueblo que se llama Chardonay, y por el fondo de la zanja se deslizan mansos caudalosos ríos que fertilizan las tierras para que crezca mostaza y crían cangrejos. Por los caminos viajaban tranquilos los benedictinos a Cluny para inventarse el románico, y por las carreteras bien asfaltadas corre el Tour a toda velocidad (más de 46 por hora, la etapa más rápida del curso) agitado por los vientos, una alfombra roja para la adrenalina y la locura de los abanicos, que termina, después de peleas varias, con un triunfo al sprint con fotofinish del neerlandés Groenewegen, que no es amigo de nadie y mediante un mínimo tejadillo negro y picudo como el pico de un mochuelo cubre su nariz sensible, y convierte sus gafas negras en una máscara de armadura, y duele verla, agresiva, y despierta también una sonrisa porque también parece un ingenuo Papageno de ópera. “Las uso porque el que me las vende me dice que voy más rápido con ellas”, explica. “Y no sé si voy más rápido o no, pero si me lo dicen, las uso”.

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