El regreso literario de «La Tigresa», la terrorista más cruel de ETA

El regreso literario de «La Tigresa», la terrorista más cruel de ETA

Clara Usón, Premio Nacional de la Crítica con «La hija del Este», nos regala «Las fieras», una novela que ya arranca con una dedicatoria que invita a la reflexión: «A los que dudan». Esta premisa establece la novela, que podríamos denominar de “no ficción” con personajes “ficcionados”, como un espacio donde la incertidumbre y la complejidad humana se exploran en profundidad. La fábula, según la autora, no es el terreno donde se confirman certezas o se ofrecen respuestas definitivas (“es la escritura, no la historia, la que hace literatura”, como diría Catherine Cusset). Es un dominio para la ambigüedad y la interrogación. La narrativa, cuando se vuelve explicativa y revela demasiado de su arquitectura, arriesga perder su encanto.

En «Las fieras», Usón camina por una delgada línea entre una trama históricamente rica y, por momentos, se desliza hacia explicaciones que son, a estas alturas, posiblemente innecesarias: “No hay patria buena. La patria mata”, “el nacionalismo es por definición excluyente, xenófobo, producto de un delirio colectivo, de un malsano orgullo geográfico y de un odio feroz al otro, al enemigo”… O “¿Qué mérito tiene haber nacido aquí o allá? Es puro accidente. ¿Cómo puede determinar la identidad de nadie?”. Por no reincidir en el lema contra el que medio país blasfemaba: “Vida o muerte”. Definitivamente, redundantes. Lo que no obsta para recordarnos algo que podríamos haber olvidado: el machismo arraigado en el ADN de la organización criminal, pese a que, como se dice en un pasaje de la obra: “La lengua vasca es una lengua feminista”.

A pesar de que la promoción de Seix Barral posiciona a Idoia López Riaño, la conocida Tigresa de[[LINK:TAG|||tag|||6336143f1e757a32c790bafb||| ETA ]]-que mató a 37 personas e hirió a muchas más-, en el centro de la obra, su presencia en la trama es más simbólica que protagónica; un pretexto para el texto. La verdadera protagonista es Miren, un personaje ficticio cuya vida se entrelaza con los eventos y personajes históricos. La novela se estructura en dos hilos narrativos: uno sigue la vida de Miren en tercera persona, mientras que el otro presenta el monólogo de María Ortega, obsesionada con la figura de López Riaño y las actividades de ETA y los GAL y la guerra sucia.

Estas narrativas se complementan con las voces de la Tigresa -que junto a su compañero José Ángel Aguirre formó parte del comando OKER, desarticulado en 1985, y a quienes la prensa bautizó como los Bonnie and Clyde vascos, que alternaban asesinatos con atracos a bancos- y de Amadeo, un policía nacional. Usón maneja estas historias con una habilidad notable, sirviéndose de una prosa seca y una sintaxis narrativa rota para explicarse y llevar al lector a un final que destaca por su cohesión narrativa.

Años ochenta

Las fieras es una obra interesante en la literatura sobre los años ochenta en Euskadi, pues explora el contexto sociohistórico de una época marcada por la violencia. Es de ley admitir que en las páginas se contraponen versiones diferentes y contradictorias, tomadas de diversas fuentes a la vez que aparecen registros judiciales y actas policiales del arresto, juicio, condena y liberación de López Riaño. No obstante, Usón demuestra una sensibilidad particular al crear a Miren, una adolescente que, además de los problemas típicos de su edad, enfrenta una realidad impregnada de conflictos políticos y personales. Su padre es un policía nacional vinculado a los GAL, el joven del que está enamorada es un abogado emergente de ETA, y su mejor amiga y su hermano están ligados a este entorno conflictivo. Las decisiones de la joven, nacidas de este entorno convulso, tendrán consecuencias profundas para ella y su familia, porque todos se decantan entre un bando u otro, ambos enfrentados a muerte, como en una pelea de fieras.

Usón captura la esencia de una Euskadi turbulenta en los años del plomo, con una narrativa que combina investigación exhaustiva y destreza literaria, expandiendo la imaginación y la comprensión del lector. La voz de María Ortega, que interrumpe las argumentaciones de Miren con contenido histórico y político, añade una capa de explicación que, aunque a veces rompe la fluidez de la ficción, se justifica en el desenlace de la novela. Los capítulos dedicados a María, las réplicas de la Tigresa -tan irresistiblemente literaria, y que atrajo la atención de los medios tanto por sus atentados sanguinarios como por su belleza-, y los monólogos de Amadeo ofrecen una visión informativa que puede parecer didáctica, pero que encuentra su lugar al final.

La representación de Idoia López Riaño plantea un desafío literario: evitar los tópicos y ofrecer una visión más profunda de un personaje complejo. La Tigresa, conocida por una única entrevista pública y descrita por sus compañeros como una figura frívola, no se escapa completamente de esta imagen en la novela. María Ortega repite estereotipos sobre ella, a lo que la Tigresa ficticia responde exponiendo el machismo imperante en su entorno (“Quería demostrar a los de arriba que por ser mujer no era menos gudari, y que ser de fuera no me hacía menos euskaltzale”, se dice en el libro).

«No soy una terrorista»

Sin embargo, la representación de la Tigresa -hija de inmigrantes de clase obrera, que con apenas 20 años se adhirió al nacionalismo vasco- sigue siendo la de una narcisista sin arrepentimiento, lo que limita su desarrollo como personaje dentro de la ficción. Solo cuando interpela, imaginariamente, a la mujer obsesionada con ella, podemos hacernos una configuración mental distinta: “¿Qué sabes de mí, María Ortega? No sabes nada; los tópicos que repiten los medios, que soy una psicópata, una mujer sanguinaria y calculadora, una vampiresa, seductora de policías, una traidora, una terrorista, aunque hasta ahora nadie me había comparado con Torquemada. Yo nunca he matado a un niño (…) No soy una terrorista. Yo nunca he matado de forma indiscriminada”. Como perfecto contraste, personajes imaginarios como Miren están infinitamente mejor desarrollados y aportan profundidad a la narrativa.

Las fronteras entre los géneros son cada vez más porosas, como sucede con este género híbrido que es mezcla de lo narrativo y la no ficción, que se decanta por no centrarse en la figura de la militante de ETA, sino por la manera en que utiliza su contexto para explorar temas más amplios y universales. La novela brilla a pesar de, y no debido a, su enfoque en López Riaño, ofreciendo una obra rica en matices y profundidad literaria.

Nadie que haya vivido aquellos tiempos puede salir indemne de esta arriesgada apuesta de la autora, porque deja la violencia y la convulsión política allí donde podemos verla, con la embriagadora claridad de una pesadilla. No en vano, cuando un libro nos apasiona o nos repele es siempre porque nos cuenta nuestra propia vida… y a la gente le gusta que le cuenten historias. Es arriesgado, sin duda, y linda con lo que podría haber sido extremo… pero no llega a serlo. Las páginas se quiebran, en ocasiones, y se deshacen y rehacen en un relato mordiente, tan inestable como vertiginoso, aunque a veces podamos levantarle las faldas y verle las fisuras. En definitiva: una fábula sin moraleja, en la que cada lector verá una cosa distinta.

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