El verano más invisible de Isabel Preysler: Miami, familia y bienestar

El verano más invisible de Isabel Preysler: Miami, familia y bienestar

La última vez que hemos visto a Isabel Preysler ha sido en la televisión. Aparecía en el programa de reformas que protagonizan sus hijos Chabeli y Julio. Ella se convertía en protagonista de uno de los espacios de la cadena pública que, aunque se grabaron en meses de frío, se han emitido ahora. Antes, el 11 de julio, subía a sus redes una foto para felicitar por sus 90 años a Giorgio Armani. Como homenaje, lucía en una zona de su casa varias de las propuestas (sandalias, pantalones y blazers) del diseñador italiano. Pasaron los días y ya no hay constancia gráfica de ella. Al menos por ahora. Aquella fue la última vez que publicó algo en su Instagram. A raíz de la separación de Vargas Llosa, cambió su estrategia pública y comenzó a anunciar, para alegría de reporteros y paparazzi, sus salidas nocturnas y diurnas. Incluso informaba de cuándo y cómo iba a acudir al restaurante donde su yerno, Íñigo Onieva, es socio.

Estos encuentros gastronómicos en Casa Salesas fueron antes de la desbandada veraniega. Solían ser entre semana y en horario nocturno. Algunas de sus amistades de siempre como Tomás Terry, las hermanas Lapique, Nuria González, Maribel Yébenes o Tita Torradabella, viuda de Joao Flores, han respondido más de una vez a estas convocatorias organizadas por Isabel Preysler para dar cobertura mediática al local.

A raíz del fallecimiento de Beatriz Arrastia, su madre, que vivió los últimos años en la mansión de Puerta de Hierro cuidada y mimada por su hija, la agenda cambió. Ahora, Isabel quiere pasar tiempo en Miami con los nietos Iglesias que le dieron Chabeli y Enrique. Poco o nada se sabe de sus movimientos estas últimas semanas de julio y primeras de agosto. Es muy probable que haya volado a Estados Unidos para disfrutar de los tres niños de Enrique y Ana Kournikova. En uno de los poquísimos vídeos en los que aparecen los mellizos de seis años, Lucy y Nicholas; y Mary, que ya tiene cuatro, se les ve felices. Según contaba la propia Isabel tras la ruptura con el Nobel, «ahora me voy a dedicar a pasármelo bien y disfrutar de mis nietos, que están en una edad preciosa».

Hasta que no aparezca en un reportaje en su revista de cabecera es muy probable que no sepamos cuál es su agenda estival. Los viajes exóticos como los que hacía con Vargas Llosa a Indonesia y Filipinas no entran en sus planes. Son paraísos para disfrutarlos en pareja, aunque el año pasado sí eligió un resort de lujo en Malvinas junto a Tamara, Ana, Fernando Verdasco y los hijos de ambos. Este verano, la rutina familiar de la hija de Miguel Boyer y su familia será con menos movimiento. El pequeño Martín nació en abril y aunque los Verdasco-Boyer tienen su residencia oficial en Doha (Catar) pueden pasar seis meses o 184 días en España para no tener problemas con Hacienda.

El año pasado, ya como «single» por primera vez en su vida, sí tuvo apariciones importantes. La primera, en la boda de Tamara, y la siguiente el 23 de julio, día de las elecciones generales, a las puertas del colegio electoral que le tocaba. Después, solo se la vio en Marbella invitada por el matrimonio Amusategui. Es casi seguro que este agosto vuelva a aceptar la propuesta de estos anfitriones.

Los paparazzi y reporteros que habitualmente hacen sus guardias en Mallorca, Ibiza, Marbella y Cádiz aún no la han localizado. Aunque ya no sea el gran personaje del verano (salvo que dé un bombazo mediático), Isabel Preysler sí se encuentra todavía entre los primeros puestos de interés en el mundo rosa. Incluso si se trata de una fiesta o una cena de gala como la de Starlite este fin de semana.

Durante años, las vacaciones de verano de Isabel Preysler eran previsibles. Alquilaba un chalé en Marbella y se instalaba con su tropa, que fue cambiando con la llegada de nuevos maridos e hijos. En aquellos tiempos, la primera salida de la matriarca formaba parte del engranaje mediático. Se hacía guardia en la puerta hasta que la inquilina, que controlaba los tiempos, decidía salir a cualquier fiesta de primera categoría o al restaurante La Meridiana. Con Miguel Boyer se dejó ver muy poco. Al exministro no le gustaba ese mundo, aunque su mujer fuera la reina de ese organigrama social.

Verano saludable

Con Carlos Falcó, y embarazada de Tamara, elegían una primera parte del verano saludable y se instalaban en la clínica Incosol hasta que llegaban Chabeli, Enrique y Julio José. En ese recinto privado se sacaron unas fotos de la marquesa de Griñón en la zona de la piscina descansando en una tumbona. En aquellos años sí se podían publicar imágenes de personajes en cualquier lugar, aunque no fueran zonas públicas, como hoteles o residencias de verano.

En este sentido, hay que recordar que las primeras imágenes de Isabel y Mario Vargas Llosa no fueron las de la portada de la revista «¡Hola!» confirmando lo que nadie esperaba, sino que hubo unos previos. Esos inicios nunca se pudieron publicar. Tiempo atrás, el Nobel y la «Reina de corazones» se encontraban en el domicilio de Enrique en Miami, en la terraza de la vivienda, y por lo tanto se consideraba lugar privado y demandable si aparecían en prensa.

Si hacemos un recordatorio de las vacaciones como pareja de Mario Vargas, no hay que olvidar las que correspondieron al primer año de noviazgo. El viaje a las islas de la Sonda, en el archipiélago de Nusa Tengara (Indonesia), se convertiría en la prueba de fuego para el escritor y, en consecuencia, para Isabel. Tuvo su punto de inflexión en el baño que tomó el escritor en el mar de Las Flores, sin imaginar lo que se le venía encima. Un ejército de «medusas infinitesimales» desplegaron sus tentáculos sobre su cuerpo, pero no le dio mayor importancia. El problema surgió esa misma noche y fue cuando Isabel Preysler tomó las riendas de la situación, ejerciendo de enfermera al ver cómo su novio empezaba a sufrir los efectos del veneno que hasta ese momento no se había revelado. El nobel contaría tiempo después esa experiencia en una crónica publicada en «El País»: «Parecía más bien que en lugar de atenuarla, la excitaban y enfurecían. Nunca me he rascado tanto, nunca he dormido tan poco, nunca he pasado una noche más exasperante en mi larga existencia».

Mario, arropado por su familia

Hasta su ruptura con Isabel Preysler, el escritor cumplía cada verano con una cita inexcusable en la clínica Buchinger. Durante años, este lugar en Marbella era su retiro saludable. Se sometía a un ayuno terapéutico de tres semanas que llamaba «mi cuaresma» y que acompañaba con tratamientos, masajes, dietas macrobióticas, gimnasia controlada y chequeos médicos. Le servía como tiempo para mantenerse en forma y como retiro. «Aquí no recibo a nadie y puedo escribir sin interrupciones», decía. Desde los años 80, su paso por la Buchinger era un plan fijo y lo hacía con Patricia Llosa. Cuando irrumpió en sus vidas Preysler, mantuvieron la costumbre, pero en fechas diferentes. Primero acudía el Nobel y después su exmujer.

Durante los ocho años que duró la relación, Isabel se incorporó al plan de su novio, aunque ella no hacía ayuno, sino que su agenda estaba centrada en los servicios de belleza y estética. Este año, por primera vez el escritor ha roto la tradición. A sus 88 años ha dado por finalizada esa etapa saludable. Su periplo viajero ha sido este mes de julio muy familiar. Un crucero privado por las islas griegas con sus hijos, nietos y Patricia. A pesar de lo que se ha dicho, la relación de los que fueron marido y mujer durante cincuenta años no se ha reconvertido. Ni han vuelto ni tienen intención de recomponer sus votos matrimoniales. «Mario necesita ese apoyo emocional que le da su familia y donde por supuesto está Patricia como madre de sus hijos y abuela de sus nietos. No hay reencuentro, ni nada por el estilo», explican sus amistades.

Lo que ha cambiado es la situación física del escritor, que necesita estar supervisado por sus médicos y protegido por los suyos. El próximo viaje será a Lima, donde va a permanecer mucho más tiempo. Hasta ahora, no le costaba desplazarse a dónde fuera para dar conferencias, participar en charlas o apoyar la cátedra que lleva su nombre, pero los 88 años comienzan a pesar. En Lima vive su hija Morgana, que siempre fue la niña de sus ojos. La única etapa que estuvieron distanciados fue cuando su padre se enamoró de Isabel Preysler. Lo que le dolió fueron las formas y lo mal que procedió el escritor. Hay que recordar que quince días antes celebraba las cinco décadas de matrimonio. Tres semanas después, aparecía en «¡Hola!» de la mano de la que sería su pareja durante los ocho años siguientes.

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