El visionario español que “creó” los mails

El visionario español que “creó” los mails

La historia de Ramón Gabarró y Julien se encuentra rodeada de la más absoluta oscuridad. Es hora de arrojar algo de luz sobre este hombre que vivió en una época en la que los automóviles eléctricos parecían ser el futuro. Inventó un nuevo tipo de pila. Y, además, imaginó un mundo lleno de coches eléctricos y extrañas redes pensadas para el envío de correo a toda velocidad, ¡a buen seguro que nuestros correos electrónicos le hubieran encantado!

Imaginó ese mundo, pero quizá demasiado pronto… Para rastrear su figura, habrá que viajar por los caminos que Ramón transitó en vida. Si de pilas eléctricas nos referimos, cabe preguntar por las marcas comerciales más célebres, esas que le vienen a la memoria a todo el mundo. Una de ellas, que aparecerá siempre si se pregunta por esta cuestión, es la multinacional Duracell. Ahí aparece el primer rastro acerca de Ramón Gabarró. El 21 de mayo de 1946, fue solicitada cierta patente estadounidense, la US2606941, otorgada el 12 de agosto de 1952 a un tal Samuel Ruben. No se trataba de un cualquiera, estamos ante un científico muy conocido en su tiempo que, además de pionero de la electroquímica, fue uno de los fundadores, junto a Philip Mallory, de la empresa que con el tiempo se convirtió en Duracell International. La mencionada patente, que describe un tipo de pila para consumo masivo, contiene un dato olvidado pero muy interesante. En las referencias que cita la patente de Ruben aparece mencionada una bastante más antigua, otorgada a Ramón Gabarró.

La patente que “inspiró” a Samuel Ruben, entre muchas otras similares que consultó para dar vida a su genial pila, era la US503415, de 1893, otorgada a Ramón Gabarró. Rastreando entre viejas patentes, no sólo estadounidenses, sino también inglesas y francesas, aparecen varias patentes concedidas a don Ramón. En el Archivo Histórico de Patentes de la OEPM en Madrid se guardan los originales de las primeras pilas secas de Gabarró, que datan ¡de 1892! El 31 de mayo de ese año es concedida a Ramón Gabarró Julien, vecino de Barcelona, la patente española número 13377, por “un nuevo sistema de pilas secas que producen fuerza eléctrica”. Pocos meses después, el 2 de diciembre, el inventor consigue un certificado de adición para mejorar su patente inicial.

El resto de patentes de don Ramón ya son de principios del siglo XX, publicadas entre 1903 y 1910, centradas en diversas tecnologías destinadas al envasado y embotellado de productos alimenticios, destacando por lo curioso la patente de 1903 para “un nuevo sistema de precintos para evitar que se pueda extraer el contenido de una botella o tarro sin romper éste o el precinto y así evitar las falsificaciones”. Cabe preguntarse por qué don Ramón dejó de interesarse por las pilas y cambió de rumbo para centrarse en la industria del embotellado, pero seguramente sus aventuras y desventuras eléctricas tuvieron bastante que ver en ello, como veremos a continuación.

Las aventuras de París

Las pilas secas de Ramón Gabarró eran toda una novedad. Contar con una pila potente y fiable no era algo sencillo y las únicas unidades que se vendían esta- ban destinadas a laboratorios, talleres y similares. La energía eléctrica no se había extendido todavía por todas partes, pero Gabarró ya soñaba por entonces con inundar de pilas el mercado, cosa

que repitió, con éxito, Samuel Ruben muchos años más tarde. La pila de Gabarró, que utilizaba compuesto de zinc y sulfato de mercurio, entre otros, daba buenos resultados en las pruebas y llamó pronto la atención, puede que demasiada, porque la aventura que vivió el inventor en Francia a cuento de la dichosa pila es propia de una novela de aventuras.

Pero llegaron las acusaciones. A Ramón y a su mujer los persiguieron, acusados de ser anarquistas y atentar contra el orden público. ¿Qué había de cierto en todo aquello? No está nada claro, lo único que queda es el rastro judicial que dejó el caso. A don Ramón le extraditaron de París a Barcelona, previo paso por San Sebastián, porque al parecer también había armado cierto lío en Madrid.

En juicio oral celebrado en Barcelona en octubre de 1894 fue acusado de intentar crear desórdenes públicos por medio del envío de unos telegramas sensacionalistas a Madrid desde Barcelona, para intentar posteriormente cortar el hilo telegráfico en Sabadell. La supuesta conspiración tenía por objetivo dar un golpe de efecto en el valor de determinadas acciones en la Bolsa.

De juicio en juicio

Tras su detención, Ramón afirmó que todo se trataba de una maniobra para que no pudiera explotar sus patentes y para robarle su tecnología, que ni era anarquista ni nada parecido. La cosa debía ser así, porque a los pocos días el tribunal declaró absuelto a don Ramón, al no encontrar ninguna prueba real de lo que se le acusaba. Tal como Gabarró comentó a la prensa de la época, había viajado meses antes a París para comercializar su sistema de pilas secas. Había realizado ensayos con ellas en los tranvías eléctricos de Saint-Denis, ante una comisión de ingenieros e inversores, además de varias pruebas en la Escuela Politécnica.

De todo aquello salió firmado un contrato de cesión de licencia para una empresa francesa. Pero algo debió salir realmente mal, porque de repente llegó orden de detención por anarquista. El juez de instrucción de París le dejó libre tras el interrogatorio, pues opinaba que la acusación carecía de fundamento. Sin embargo, al llegar don Ramón y su esposa a Bayona, para pasar a San Sebastián, fue detenido de nuevo. Tres meses estuvo en prisión el bueno de Ramón, sin tener ni idea de qué se le acusaba. Lo único claro era que habían roto el contrato y nadie quiso saber más de sus pilas en París. Luego llegó el juicio en Barcelona y la absolución, al verse que allí no había nada raro. ¿Se trató de una conspiración contra el inventor? No hay más pruebas ni a favor ni en contra, sólo queda el recuerdo de una aventura extraña.

Otro sueño imposible: el correo eléctrico

Tras su estancia en París y Londres llegó el siglo XX. Lejos quedaban los intentos por hacer florecer una gran industria de pilas y baterías, basada en sus patentes, unos intentos que siempre estuvieron ensombrecidos por las dudas acerca de los presuntos fraudes cometidos en Francia o por la acusación de sabotaje a líneas telegráficas en España. Aunque aquellas acusa- ciones no fueron probadas, cabe pensar que la sospecha siempre estaba presente, mostrándose los posibles inversores muy recelosos.

Por otro lado, las magníficas noticias publicadas en la prensa española de la época acerca de las experiencias de Gabarró en París y en Londres quedan bas- tante moderadas cuando se revisa la prensa extranjera. Parece que aquellos experimentos se llevaron a cabo, pero que realmente no fueron tan espectaculares como el propio inventor hizo creer a sus paisanos. Comencemos esta postrera historia por el final. Allá por los años treinta del siglo pasado un aventurero e inventor alemán llamado Richard Pfautz se dedicó a experimentar con cohetes. Su mayor pasión consistía en colocar cohetes en práctica- mente cualquier cosa. Cabe imaginar cómo acabaron muchos de sus experimentos. Coches, barcos, aviones, todo era susceptible de alojar un buen cohete para marchar mejor. No era el único en intentarlo. El célebre Fritz von Opel, nieto del fundador de la famosa marca automovilística, se había convertido en un héroe pilotando sus propios bólidos a cohete, como el increíble RAK-2, capaz de alcanzar los 250 kilómetros por hora.

No tan famoso, pero sí con cierto predicamento en la prensa de su tiempo, Pfautz presentó una idea original. Se trataba del “torpedo postal”, una especie de red de cables suspendidos sobre catenarias que sostenían verdaderos torpedos que contenían el correo. Era genial, simplemente colocabas una carta o un paquete en el interior del torpedo y al poco salía disparado hacia su destino siguiendo una maraña de cables. Como en este caso lo de los cohetes no parecía útil, el inventor pensó en alimentar la red con electricidad.

Llegó a construir una pequeña máquina de demostración que llamó mucho la atención. Ya se veía el mundo futuro repleto de redes de torpe- dos postales, pero cabe decir que treinta años antes el catalán ya había construido y probado algo exactamente igual. Tal y como refería la revista Mar y Tierra en su número del mes de septiembre de

1900: Tal maravilla parecerá a muchos españoles poco menos que imposible (…) Más aún, si el invento viniese de luengas tierras, patrocinado por un Edison, un Marconi u otro nombre extranjerizado, nadie aparentaría incredulidad (…). Pero siendo español el autor y llamándose Gabarró, ¡ah! pues es necesario discutirlo, negarle suficiencia y, por ende, los medios de que lleve a la práctica su invento (…).

Alejandro Polanco Masa