Enfermería, un pilar crucial en la batalla contra el VIH

Enfermería, un pilar crucial en la batalla contra el VIH

Son uno de los pilares básicos de nuestro Sistema Nacional de Salud. Nos referimos a las enfermeras (el colectivo se refiere a sí mismo en femenino), profesionales de la salud clave en el abordaje de múltiples patologías que hoy celebran su Día Internacional.

Entre las muchas labores desempeñadas por las enfermeras, una de las que quizás sea menos conocida es su papel en el manejo del VIH en el que, sin embargo, son un agente fundamental. Así, entre sus múltiples funciones en este sentido destacan, entre otras, el seguimiento de los tratamientos o la labor de concienciación y la divulgación de una correcta educación sexual para evitar que aumenten las infecciones.

Su contribución es vital desde un punto de vista emocional por el apoyo que brindan a las personas con VIH y la confianza que generan. De esta manera se puso de manifiesto durante el Simposio de Gilead en el XXI Congreso Nacional sobre el Sida e ITS (infecciones de transmisión sexual), que la Sociedad Española Interdisciplinaria del Sida (Seisida) ha celebrado los pasados jueves y viernes en el Palacio de Congresos de Toledo.

Y es que la comunicación entre el equipo sanitario y la persona con VIH es clave para detectar posibles síntomas ocultos y que afectan a su calidad de vida. En este sentido, su percepción sobre la infección es, muchas veces, distinta de la que tiene su profesional. En ocasiones, los sanitarios suelen percatarse que han podido subestimar el porcentaje de personas con VIH con síntomas que disminuyen la calidad de vida –tales como ansiedad, tristeza y fatiga– cuando aportan respuestas directas sobre su percepción del estado de su salud.

Además, existen distintos determinantes sociales –como el acceso a servicios sanitarios, el riesgo de adquirir el VIH o la morbilidad asociada con la patología– que impactan en el hecho de tener una menor capacidad para prevenir y tratar el VIH y que no se reflejan en el historial clínico. Por ello, es fundamental insistir en mejorar la comunicación del profesional con la persona con VIH.

En esta sesión, expertos sanitarios y representantes de organizaciones de pacientes analizaron, además, algunos de los principales retos que deben afrontarse en el área del VIH en el día a día, enmarcados desde la perspectiva clínica y social, el adecuado manejo de las comorbilidades neuropsiquiátricas (ansiedad, depresión e insomnio), del envejecimiento saludable, la aparición de resistencias y sus implicaciones, el «chemsex» o los determinantes sociales son algunos ejemplos.

Todo ello para lograr dar respuestas y, así, mejorar el bienestar de las personas con VIH y a los objetivos marcados para el año 2030 de ONUsida para acabar con este virus y alcanzar la mejor salud física y mental posible, más allá de la supresión virológica.

Porque, aunque es mucho lo conseguido hasta ahora –y con mucho nos referimos a la transformación de una infección potencialmente mortal a una patología crónica y manejable a través de avances en los tratamientos antirretrovirales o el diagnóstico–, la lucha contra el VIH aún presenta retos. Y es que estos progresos han permitido que el número de personas con el virus que están envejeciendo se haya incrementado. Y con eso, las patologías asociadas a este proceso natural.

Las comorbilidades

Es por ello que buena parte de los expertos reunidos subrayaron que el control virológico no puede ser el único indicador para medir el éxito de un tratamiento a largo plazo, sino que también deben evaluarse otros parámetros clínicos. Es muy importante reforzar la atención en torno a las comorbilidades, como es el caso de las enfermedades cardiovasculares o las neuropsiquiátricas.

Todas las evidencias apuntan a que las cardiovasculares son causa principal de morbilidad y mortalidad y que las neuropsiquiátricas supondrán el 47% de las comorbilidades para el año 2030, siendo factores potenciales para el desarrollo de resistencias y nuevas infecciones.

En este sentido, los datos indican que estas comorbilidades son más frecuentes y se producen antes en las personas con VIH que en la población general. Además, estas patologías asociadas son, en buena parte, responsables del proceso de envejecimiento prematuro. Y, si tenemos en cuenta que una de cada dos personas con VIH es mayor de 50 años, que ocho de cada diez tendrán al menos una comorbilidad, que uno de cada dos estarán polimedicadas y que, por el momento, todas ellas vivirán el resto de su vida con esta infección crónica, parece razonable que se trabaje para prevenir las comorbilidades y tratarlas de forma anticipada para garantizar una buena calidad de vida a futuro. Además de eso, la polimedicación supone un riesgo para la adherencia, puesto que contribuye al cansancio y desmotivación.

Por todo ello, el manejo del VIH sigue siendo una prioridad global en materia de salud pública. En este contexto, la multidisciplinariedad emerge como un factor crucial para mejorar la efectividad en el diagnóstico, tratamiento, prevención y bienestar de las personas con el virus.

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