España, en la encrucijada de Fátima

España, en la encrucijada de Fátima

Celebrábamos el pasado 13 de mayo la fiesta litúrgica de la Virgen de Fátima. Y esta localidad portuguesa encierra aún hoy, más de un siglo después de las apariciones acaecidas en ella, personajes y hechos muy desconocidos pero cuya trascendencia no debe seguir ignorándose si se pretende tener una idea cabal de lo que aconteció en la Cova da Iria.

Y no sólo sobre lo que allí sucedió, sino de modo muy especial en lo que respecta a las consecuencias de aquellos acontecimientos excepcionales en el presente y sobre todo el futuro de la Humanidad entera y de la Iglesia. Fátima es así clave en el devenir de los tiempos.

Si en «El secreto mejor guardado de Fátima», convertido en el best-seller de espiritualidad del año 2017 con motivo del centenario de las apariciones marianas, abordé el contenido y significado del celebérrimo Tercer Secreto, ahora creo oportuno sacar a relucir a dos personajes cruciales, por más que resulten todavía extraños para muchos: la religiosa Maria Purificaçao Godinho y el canónigo Manuel Nunes Formigâo.

Sin ellos, la historia de Fátima permanecería incompleta. Tanto la religiosa, como el sacerdote, mantuvieron una relación privilegiada con los tres pastorcitos y en especial con Jacinta, cuyo centenario de su muerte se celebró el 20 de febrero de 2020. Ellos son las piezas sueltas que aún restan para completar el fascinante puzle de las apariciones de Fátima.

Con la madre Godinho, la pequeña vidente Jacinta mantuvo estrecho contacto hasta el mismo instante de su fallecimiento, sobrevenido en el hospital de Doña Estefanía, en Lisboa. Jacinta llamaba «madrina» a la monja, en señal de cariño, desde que ésta la acogió, herida ya de muerte, en su orfanato lisboeta. Y a ella confió innumerables detalles sobre las apariciones y su protagonista.

¡Y qué decir del padre Formigâo! Su apelativo de El cuarto vidente de Fátima ya dice bastante. Fue el primer sacerdote que investigó las apariciones mientras éstas seguían aún produciéndose en la Cova da Iria. Interrogó a los videntes hasta la extenuación y apuntó de modo escrupuloso todo aquello que le contaron en varias libretas personales. Formigâo llegó muy escéptico a Fátima, proveniente del Santuario mariano de Lourdes, en Francia, para indagar sobre las apariciones por encargo de la autoridad eclesiástica, observó con detenimiento y creyó finalmente en ellas a pies juntillas.

Oro puro

La Historia de Fátima, como la del mundo entero, se escribe también con documentos. En este sentido, el Archivo del Santuario de Fátima custodia hoy un verdadero tesoro documental, complementado a la perfección con dos libros insoslayables entre la copiosa bibliografía sobre Fátima: las «Memorias de la Hermana Lucía» y la «Documentación Crítica de Fátima», obra cumbre con legajos que constituyen auténticas pepitas de oro para el investigador celoso y que abarcan desde los años 1917 a 1930.

Escondido al principio bajo el seudónimo de Vizconde de Montelo por deber de prudencia, cuando las apariciones no habían sido aprobadas aún por la Iglesia, el canónigo Manuel Nunes Formigâo acabó convirtiéndose en su mayor apóstol y firmó así libros u opúsculos pioneros sobre lo que de verdad sucedió a su juicio en la Cova da Iria. Su segundo opúsculo, titulado en portugués Os acontecimientos de Fátima y publicado con el citado sobrenombre el 13 de mayo de 1923, más de siete años antes de la aprobación oficial de las apariciones marianas, resulta especialmente revelador para quienes aún cuestionan la autenticidad de estas apariciones aprobadas por la Iglesia Católica.

Además de ser el primer director espiritual de la pastorcita y futura religiosa Lucía, según reconocía ella misma, el padre Formigâo se convirtió también en cómplice de numerosas confidencias de Jacinta. Sin ir más lejos, la niña reclamó la presencia urgente del sacerdote en su lecho de muerte para confiarle el último secreto de la Virgen de Fátima que sólo él y la madre Godinho debían conocer entonces: «Si los hombres no se enmiendan, Nuestra Señora enviará al mundo un castigo como no se ha visto otro igual, y antes que a los demás países, a España», dijo la futura santa Jacinta de Fátima.

El padre Formigâo y Jacinta eran dos almas gemelas recompensadas con la misma Corona de la Gloria. El sacerdote fue declarado Siervo de Dios por el Papa Francisco el 14 de abril de 2018, como paso previo para su beatificación. «Hombre de Dios» ha sido la expresión utilizada por varios prelados para referirse también a él, como el Patriarca de Lisboa, el Arzobispo de Évora, el Obispo de Bragança o el de Leiria.

¿En qué consistía la santidad para el padre Manuel Nunes Formigâo? Él mismo lo explicaba con una sola frase, certera como pocas: «Ser santo es subir por una escalera de cruces sin detenerse nunca, con una sonrisa en los labios y amor humilde en el corazón». La vidente Jacinta, por su parte, fue canonizada junto con su hermano y también pastorcito Francisco por su tocayo el Papa Francisco, coincidiendo con el primer centenario de las apariciones de Fátima celebrado hace ya siete años. Previamente, había sido aprobado el milagro requerido por intercesión de los pastorcitos: la curación de Lucas, un niño brasileño de tan sólo cinco años. Tras las apariciones de Fátima, la devoción al rezo del santo rosario se propaló, convirtiéndose en un «arma» infalible, como lo denominaba el Padre Pío, contra las guerras. Fue así como la Virgen anunció en Fátima que la Primera Guerra Mundial concluiría pronto.