Guisanderas

Guisanderas

Hay un club de mujeres emancipadas e independientes que recoge y alimenta una tradición de tiempos en los que la emancipación y la independencia sonaban mal y llegaban a molestar. Feministas silenciosas y eficaces pese a no tener conciencia de serlo, se desenvolvían solas en pueblos y casas cocinando y brindado remedios naturales para atajar enfermedades. Poseían una sabiduría telúrica con las claves de las plantas de salud y la adecuada combinación de sabores y tonos que en la cocina eran sagrados. Tienen asiento y cuna en Asturias y ejercen un envidiable magisterio en el arte de cocinar. Son las guisanderas. Las admirables guardianas de la mejor tradición gastronómica asturiana. Son fabes, cebolles rellenes, pixín, pote de castañes, verdines… Sabores, texturas, sinfonías únicas de producto cercano y hechuras de llar, o sea cocina de casa. Son Viri, Amada, Herminia, Ramona…

En estos tiempos de imparable desafección de la izquierda que cree haber inventado el feminismo, con sus lideresas mordiendo el polvo del desprecio electoral que entreabre la puerta a su irrelevancia, es de ley poner el foco en la labor y los valores de estas mujeres que cimentaron desde una independencia cotidiana y feroz (forzada a veces por la ausencia de hombres en guerra o en la cárcel) una idea de mujer mucho más cercana al ideal igualitario y feminista que las construcciones ideológicas de lo políticamente correcto. Las guisanderas eran mujeres emponderadas (que horrible palabro, pero aquí nos sirve para entendernos) cuando el ideal feminista era una quimera en una sociedad paternal y machista incluso en sectores que se denominaban progresistas. Pero hoy estas mujeres siguen ejerciendo ese sereno feminismo cotidiano sin pretensiones, discretamente, pero con una poderosa efectividad si se atiende bien a su labor y sus ritos. La primera está en la cocina, donde ellas siguen mandando. Forman parte de un colectivo que sólo incluyó e incluye mujeres. NO hay guisanderos. Cada año se reúnen para tomar la medida a la gastronomía y reconocer a personas que a su juicio merecen estar en su club aunque sea de forma honorífica. Y el mayor reconocimiento es ser nombrado Guisandera de Oro. Quien esto firma recibió esta semana tan alto honor. Y soy, y lo celebro, Guisandera honorífica.

Y se me antoja que en estos tiempos equívocos y banales en los que hay quien cree que el feminismo no existió hasta su llegada, y se extiende la idea de que el lenguaje inclusivo propiciará la inclusión (como si el lenguaje por sí cambiara las cosas sin necesidad de la acción) es aleccionador que este grupo de mujeres mantenga su identidad de género incluso para premiar. Eso sí que es un lenguaje eficaz. Porque no frivoliza con el género utilizándolo indistintamente como si eso cambiara las cosas. Mantiene el femenino porque con él designa una identidad, que es la de mujer y guisandera. Y eso tiene un enorme valor. Y eso, a mi juicio, desnuda la falacia del llamado lenguaje inclusivo, que contribuye tanto a la igualdad como lo hace a la libertad quien se autodefine como libre o al amor el que dice ser amoroso. Si no hay acción, las palabras sólo indican, sólo apuntan, sólo expresan. Pero no se avanza. Con las guisanderas, la palabra sí es acción.

Es una obviedad, lo sé. Pero a alguna gente aún hay que recordárselo. Como necesario es, y lo repito desde el enorme afecto y la admiración, poner en valor lo que en aras de la igualdad realizan colectivos tan singulares, meritorios y necesarios como las guisanderas asturianas.