Mariano Haro y Jakob Ingebrigtsen comparten en su biografía una infancia a la carrera. El palentino, desde muy niño, corriendo a pie todos los días kilómetros y kilómetros por los páramos de Tierra de Campos, cazando conejos con su perro, desafiando al tren a Palencia, que como el de Santa Marta, pita más que anda, llevando la comida a su padre, otro corredor, que construía ladrillo tras ladrillo tinas para el vino en las bodegas de los pueblos de los alrededores de Becerril de Campos. La vida de un niño en la Castilla dura de los años 40 y 50. El noruego, desde los tres años, corriendo tras sus hermanos mayores en la nieve y alrededor del lago de Stavanger, pequeña burguesía acomodada, siglo XXI, y su padre, patrón y entrenador, con un silbato, metódico, dirigiendo y entrenando, y exigiendo.