Libertad dibujada

Libertad dibujada

Los grandes viñetistas, con sus aciertos y sus errores, nos ayudan a entender la libertad. Uno de los grandes es El Roto, que dibujó en «El País» el gran edificio de la Bolsa con este texto: «Templo de la Congregación para la Doctrina de la Fe en el Dinero», como si el dinero fuera de los ciudadanos y no una imposición del Estado, que nos fuerza a usar y a creer en él –por eso se llama fiduciario–.

En la misma línea, un hombre cuenta monedas y billetes, y dice: «¡A la mierda los valores, lo seguro es el dinero!», como si no hubiera inflación y como si el Gobierno no quisiera prohibir el uso del efectivo.

Sigue la antigua falacia aristotélica con una viñeta titulada «la semilla estéril», que dibuja una espiga de trigo junto a una bolsa con dinero, como si el dinero fuese realmente estéril, y como si no fuéramos a perder nada regresando al trueque.

Está mucho mejor otro dibujo en el que un hombre mira unos billetes y exclama: «¡Todo el dinero es deuda!». Le faltó aclarar: «pública».

Ilustró el hambre con este texto: «Escuela de Chicago (zoología). El hambre es un parásito intestinal de países pobres», como si el hambre en el mundo no hubiese sido superado gracias precisamente al liberalismo que propugna la escuela de Chicago, mientras que durante el último siglo se ha enseñoreado precisamente en los países antiliberales y anticapitalistas.

Se ve a un rider con su bicicleta, y el texto es: «Nuevas tecnologías, inteligencia artificial, automatización, algoritmos y pedaleo», como si la tecnología explotara al trabajador, y no los políticos y los sindicalistas que aplastaron la libertad de los riders, forzándolos a transformarse en asalariados y empobreciéndolos seguidamente.

Una pierna patea una pelota, con el texto: «El fútbol es como todo, una maravilla si no te toca ser el balón», como si el inerte cuero fuera equivalente a las personas, cuyas interrelaciones voluntarias representan una suma positiva, es decir, donde todas las partes pueden ganar.

En un edificio de oficinas, donde las personas son idénticas, una comenta: «Necesito un cambio, he solicitado el traslado a un piso más abajo», como si la uniformidad obligatoria fuera una evolución natural de la humanidad bajo el capitalismo y no una característica típica del anticapitalismo.

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