Los que sirven a España y los que se sirven de España

Los que sirven a España y los que se sirven de España

La sucesión de escándalos que afectan al PSOE pone de manifiesto, una vez más, la existencia de una corrupción sistémica en el socialismo español. España celebró este sábado la Fiesta Nacional. El 12 de octubre, al margen de las indocumentadas críticas de los pseudohistoriadores y los historiadores de izquierdas sobre el proceso de constitución de la América Hispana y su extraordinaria obra civilizadora, la inmensa mayoría de españoles celebramos una fecha que nos une a todos en el marco de la España constitucional. Desfilaron los que sirven a España delante de los Reyes y la princesa de Asturias, así como de las autoridades que les acompañaron. Es una imagen que contrasta con los que se sirven de España para su lucro personal. En este apartado podemos incluir a los corruptos del sanchismo, a los que la quieren destruir o a aquellos que colaboran en este proceso blanqueando a ETA, cediendo ante los independentistas o colonizando la Administración Pública al servicio de intereses partidistas y a las redes clientelares del PSOE. Estos días hemos podido leer el informe de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil donde se muestra la existencia de una trama corrupta que estaba dispuesta a todo por la pasta.

La descomposición del sanchismo ha alcanzado unos niveles tan grotescos que no pueden esconder los periodistas y los medios que le apoyan. Es cierto que no emplean la misma intensidad e interés que aplicaron o aplicarían con el PP, pero las noticias que publican no necesitan aclaración. A pesar de que intenten aplicar cortafuegos para servir al inquilino de La Moncloa, nadie se puede tomar en serio, ni ellos, que este nivel de degradación institucional sea algo ajeno a Sánchez. El escándalo afecta a su antiguo hombre de confianza, José Luis Ábalos, que era secretario de Organización del PSOE y ministro de Transportes. Era la figura más poderosa del partido y la voz del número 1. A estas alturas sabemos que se utilizó el amiguismo al servicio de empresas privadas sorteando las exigencias de transparencia y buen gobierno. El escándalo es sórdido, pero no es un invento de la fachosfera. Ayuso ha estado muy acertada al pedir la dimisión de Sánchez, que es lo que hacía él contra Rajoy y otros dirigentes del PP, y la convocatoria de elecciones. No lo hará, pero es bueno que Feijóo recuerde el «¡Váyase, señor González!». Hay que hablar de la inquietante corrupción socialista, las cesiones a los etarras e independentistas, la amnistía, el asalto a la Administración Pública y las redes clientelares y la colonización de los órganos constitucionales y los reguladores. El Poder Ejecutivo y el Legislativo no están para servir a Sánchez, sino a España.

Mientras desfilaban las Fuerzas Armadas, tendría que haber reflexionado sobre conceptos como la ética, la dignidad, el servicio público, el mérito y la capacidad. Le bastaba mirar a Francina Armengol a la que Koldo llamaba «cariño». Es bochornoso constatar la pirámide de mentiras que rodean al sanchismo y que incluyen a su número 1, que alardea de sus cambios de opinión que no son más que mentiras al servicio de sus intereses personales. Tras conocer como Koldo le decía a Armengol «vale cariño, te mantengo informada» podemos constatar que existía una intimidad que desmonta todo lo que hemos escuchado o leído hasta ahora. El presidente del Gobierno ya no gobierna, sino que es un bombero que intenta establecer cortafuegos para que el incendio de la corrupción no le conduzca a la jubilación forzosa. Sánchez ha querido imponer la impunidad y ha emprendido una insólita campaña contra el Poder Judicial y los medios de comunicación que no están a su servicio. No hacemos otra cosa que informar sobre una triste realidad que tiene nombres y apellidos. Ni podemos ni debemos olvidar que es un escándalo que afecta a la cúpula socialista. No eran personajes menores, sino los que mandaban. Eran tan poderosos que hacían y deshacían a su voluntad. Con sus actos atropellaron los procesos administrativos y favorecieron a sus amiguetes recibiendo las consiguientes recompensas.

Estos escándalos hubieran acabado con las carreras políticas de Starmer, Macron, Scholtz o Meloni, por poner algunos ejemplos, pero Sánchez no está dispuesto a abandonar la protección que le otorga la presidencia del Gobierno. Necesita ganar tiempo. Es verdad que no tiene oposición interna, con la excepción de Emiliano García-Page y algún otro, porque controla con mano férrea el partido. Esta rodeado de fieles que saben que perderían sus cargos si hay elecciones. El factor que lo explica todo son las primarias, porque conducen a una democracia plebiscitaria basada en el populismo. No hay un sistema de pesos y contrapesos en este modelo de partitocracia que ha sustituido al PSOE por el sanchismo.

No importa por qué cesó a Ábalos, ya que lo mantuvo como diputado del PSOE. En cualquier caso, si hubiera actuado con honradez solo le cabía la vía de acudir a la Fiscalía para poner en su conocimiento un conjunto de actuaciones deleznables. Desde el uso de medios públicos para sus intereses privados hasta la red clientelar que había montado Koldo. ¿Lo sabía o no Sánchez? En cualquier caso, no puede huir de unos escándalos que definen estos años. Ahora sabemos que la moción de censura, que se basó en una inmensa mentira y la presión de la izquierda política y mediática, no buscaba ninguna regeneración al igual que sucede con ese plan que ha presentado para acallar a los discrepantes y gozar de impunidad. No era más que «un quítate tú, que me pongo yo». El propio Óscar Puente, el más lenguaraz de los sanchistas, reconocía la existencia de un capitalismo de amiguetes. Las reuniones en La Moncloa eran para favorecer a los protegidos de Ábalos como el millonario Javier Hidalgo, cuyo único mérito era su estrecha proximidad con la poderosa familia presidencial. Unos sirven a España y otros se sirven de España.

Francisco Marhuenda es catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE).

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